Capítulo 2: La anciana de los bosques

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Narra Brian.

Íbamos caminado por el Bosque Oscuro,  alguna región de lo que antes era Minnesota. Sarah había intentado ya varias veces comunicar con su padre o su hermana, pero no se establecía la conexión. Mientras que yo, a penas recuerdaba quién era; sabía que mi nombre es Brian, creo que tengo un hermano, pero no recuerdo su nombre... caminaba entre mis vacilaciones cuando se oyó el sonido de ramitas rompiéndose, a lo que paré abruptamente.

—¿Qué pasa Brian? ¿Por qué te detienes? —dijo Sarah a mi lado.

—¿Acaso no lo oyes? Nos están siguiendo... o seo creo.

—Veo que las historias eran ciertas —dijo una voz detrás de nosotros—. La vidente sigue con vida.

Y de la oscuridad apareció una sombra, que luego se materializó en una anciana, encorvada y sosteniendo lo que parece ser un báculo. Me recordaba a algo, pero como ya dije, sufría de amnesia, así que no podría decir a qué. Vestía de harapos y se le notaban ya los años. Le faltaban varios dientes y su piel parece papel arrugado. Pero a pesar de su avanzada edad parecía feliz.

—Sabía que tenía razón, mis visiones sobre ti eran ciertas. ¿Cuál es tu nombre, mi niña?

Sarah se ve tan impactada como yo, ninguno de los dos sabemos qué hacer... o qué decir.

—S-Sarah —tartamudea—, Sarah Foster; ¿y usted?

—¿Yo? ¡Oh, chiquilla! Yo soy la anciana de los bosques, una vieja y arrugada hechicera. —Se le veía sorprendida por la pregunta de Sarah, pero tenía que admitir que la anciana de los bosques tiene humor.

—¿De los bosques? —pregunté, ya que me pareció raro que pusiera «los bosques» en plural.

—Dulce chico lobo... yo vivo en donde haya un árbol, agua y animales. Tristemente ya no es igual, todo ha cambiado desde que los humanos empezaron a transformar el mundo a su conveniencia. Mi lugar central es este, porque aquí está mi cuerpo, pero mi espíritu está en todas partes.

No pude evitarlo, esta dulce anciana me caía muy bien, se me hacía muy familiar, en una muy profunda parte de mí yo sabía que la he visto antes. Pero mis recuerdos no llegaban.

—¿Nos conocemos? —pregunté en un intento de tener una pista.

—Puede ser... ¿cómo te llamas?

—Brian, Brian... Stones —me costó un poco recordar mi apellido.

Al pronunciar mi nombre, la hechicera cambia su cara completamente, a una triste y melancólica.

—Ni en mis peores pesadillas creí que esta guerra llegaría a tal punto... acompáñenme los dos.

Le conté toda la historia de cómo encontré a Sarah, al principio ella pensó que el que me perseguía era mi padre, cuando era todo lo contrario.

Cuando finalicé mi relato ya estábamos en una choza. Donde muchas cosas cuelgan del techo y de las paredes, varias las identifiqué como amuletos y muñecos vudú. En las mesillas descansaban frascos con líquidos de diferentes colores, que asumí, eran pociones.

—Usted podrá decirme mejor que yo quién soy ¿Lo sabe?

—Claro que lo sé, yo cuidé de ti y de tu hermano cuando solo eran unos chiquillos, él era muy valiente. Su nombre es Elliot. Verás, tú y Elliot eran los hijos de la última familia de neutros con vida. Pasó hace dos años, pero lo recuerdo como si fuera ayer... —hizo una pausa, y comienzó a narrar—. Tu familia vivía en un campamento temporal, como nómadas, siempre escondiéndose de las Bestias, pero llegó un punto en que los encontraron...

Guerra de colmillosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora