You are nobody

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Sentada sobre la tapa del retrete, tapada por una suave toalla, aspirando el vapor y dejando correr las gotas calientes de agua por sus finas piernas, cerraba los ojos imaginándose un gran día, un día en el que ella fuera aceptada por todos y el sol brillara más que nunca, un día en el que al fin su sonrisa tuviera un motivo para salir.

Corriendo entre el frío de la mañana, escuchando música de sus cascos, respirando el aire frío que venía de frente y goteando sudor por su frente, soñaba despierto por ver llegar el día ansiado, el día en el que su piel quedara libres de golpes y no temiera a mostrarse ante sus compañeros, el día en el que por fin sentiría el cálido abrazo de sus amigos.

Soportando a sus espaldas todas esos aviones de papel con insultos, soportando a su cara las humillaciones, aceptando la cruda realidad, viendo que ese día que tanto ansiaba no iba a llegar nunca, miró a su enemigo con indiferencia y se marchó siendo una silueta negra entre la gente colorida. Se cubrió la cara con su corto pelo de kunzita y bajó sus párpados pintados con una fina linea negra. Tapada por su capucha oscura no pasaba desapercibida, sus depredadores la tenían localizada en todo momento y cuando quisieran podían lanzar sus flechas.
Llegó a clase creyendo estar a salvo, pero no había lugar donde pudiera descansar de sus compañeros. Entró el profesor y no se dio cuenta de las burlas que le hacían a la joven:

-Christine, debes salir a exponer tu trabajo.

Ella sabía que si se ponía allí delante frente a la clase y exponía aquel maravilloso trabajo que tanto esfuerzo le había costado elaborarlo, los insultos aumentarían más, ya que a sus agresores no les hacia gracia que ella les hiciera sombra. Se quedó callada y cabizbaja sin moverse de la silla:

-Christine, sal a exponer tu trabajo - repitió el profesor.

-No.

-¿No? - preguntó el profesor extrañado.

-No - susurró.

Las risas inundaron sus oídos y retumbaron en su cabeza vacía.

Mirando los puñetazos que se le venían encima, sabiendo que no podía hacer nada, solo aguantar cada golpe, deseaba terminar con todo:

-Lowell... Lowell... Lowell... Eres tan cobarde como pensábamos - le dijo su agresor - No tienes lo que hay que tener, ¡nenaza!

Él solo quería salir de allí, correr sin parar sin querer llegar a ningún sitio, simplemente alejarse. Las lágrimas se detuvieron antes de salir para impedir más insultos y más humillaciones, pero salieron sin más al verse en soledad tirado en el suelo magullado. El timbre para cambio de clase sonó. Salvación durante unos momentos, tiempo perfecto para huir. Levantándose del suelo ve a una joven cerrar la puerta de su taquilla. Los reflejos de la luz hacían brillar su pelo de morganita, que contrastaba con su sudadera negra. Ella le miró con sus iris ámbar que resaltaban entre el maquillaje negro.

Aquel chico no tenía nada de especial para ella, pero lo que no sabía era que el color gris de sus ojos era el mismo color que el de su alma atormentada. Christine metió sus libros en su mochila y siguió hacia delante con las manos en los bolsillos y la cabeza baja. Las risas de las chicas del pasillo le perforaban el cráneo:

-¡Suicida! - le gritaban.

Los agresores regresaron y pasaron frente a él:

-¡Nenaza! - le exclamaban.

Su situación era la misma, su sentimiento igual, pero sus caminos eran distintos.


Death promisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora