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Esto quizá no lo recuerdes, porque jamás te lo conté.

El lunes siguiente, decidí seguirte hasta tu casa. No sé por qué, pero necesitaba saber más de ti.

Esperé a que estés a una distancia prudente, y comencé mi recorrido.

Te detenías a ver cada cosa, por más insignificante que fuera. Incluso paraste a observar una mariposa revolotear.

Pasamos por varios parques. En uno te subiste al tobogán y te columpiaste en las hamacas. Y ahí vi nuevamente tu sonrisa. Una sonrisa capaz de apagar al mismísimo sol. 

Continuaste con tu camino. Cuando llegamos a la zona de barrios más pobres, vi cómo tus hombros se agachaban e inclinabas tu cabeza. Un par de cuadras más tarde, entraste en una casa deteriorada. Golpeaste la puerta, y una mujer idéntica a ti pero con unas cuantas arrugas y canas te abrió la puerta. Te abrazó y pasaste al interior.

Si entonces hubiese sabido el motivo de tu tristeza, créeme cuando te digo, que te habría llevado a mil y un parques con tal de verte sonreír.

Lo que debí decirteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora