Cap.8

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Amanece un día más claro. El sol muerde el cielo con su luminosidad. También hace más frío. El señor Linh camina por la acera vestido con toda su ropa y con la criatura bien cogida entre los brazos. En un bolsillo del abrigo lleva el paquete de cigarrillos que le han dado esa mañana. Lo ha traído una de las mujeres, junto con las provisiones que había ido a buscar a la oficina para los refugiados, como todos los días.

—Parece que es para usted, tío —le ha dicho tendiéndole el paquete con un encogimiento de hombros.

Los dos hombres, que descansaban de su noche de juego dormitando en sus colchones, han hecho unos comentarios en voz baja y han vuelto a callarse.

El paquete de cigarrillos le abulta el bolsillo, y lo nota mientras camina. Cada vez que lo nota, sonríe. Piensa en la cara que pondrá el hombre gordo cuando se lo dé.

El señor Linh no empieza a dar vueltas alrededor de la manzana. Va directamente al banco y se sienta.

Es agradable estar sentado allí, en aquel banco, un día tan luminoso, y esperar. La multitud de peatones no se comporta como los demás días. Es igual de densa, pero camina menos deprisa. La gente forma pequeños grupos, y al señor Linh le parece que todos van muy bien vestidos. Charlan entre sí, y muchos ríen o tienen el gesto distendido. Parecen disfrutar del día y el momento. Algunos niños, cuando ven al anciano en el banco, lo señalan con el dedo y se ríen. Los padres los cogen de la mano y se los llevan. Otros intentan acercarse a él y a la niña sentada en sus rodillas, seguramente para verla mejor, pero sus padres también los agarran del brazo y se alejan con ellos.

«¿Les daré miedo?», se pregunta el señor Linh. Entonces baja los ojos, se mira y no ve más que una rechoncha bola de lana, apretada y deforme, hecha de bufandas, un gorro, un abrigo y varios jerséis. «Seguro que les doy miedo. Deben de tomarme por un genio maligno disfrazado de viejo». La idea lo divierte.

Al otro lado de la calle, numerosas familias se apretujan ante la entrada del parque, mientras otras intentan salir. Son dos abigarradas y bulliciosas corrientes que se mezclan y de vez en cuando se agitan formando grandes remolinos, parecidos a los que durante la estación de las lluvias agitan el río de los Dolores, cuyas aguas pasan no muy lejos de la aldea.

El río recibe ese nombre porque, según la leyenda, una mujer perdió en él a sus siete hijos el mismo día, cuando intentaba bañarlos. Desde entonces, si se escucha con atención cerca de la orilla, algunas noches puede oírse el llanto de la madre saliendo del río, al que acabó arrojándose, desesperada por la muerte de sus pequeños.

Pero sólo es una leyenda que se murmura por la noche junto al fuego para asustar a los niños e impedir que se ahoguen, porque es un río realmente hermoso, abundante en peces y de aguas límpidas en las que apetece bañarse. En su corriente se cogen gambas de agua dulce y pequeños cangrejos que luego se asan a la brasa. Los hombres hacen beber en él a los búfalos. Las mujeres lavan la ropa en sus aguas, y también sus largas cabelleras, que flotan como algas de seda negra. El bambú crece en sus orillas, a la espera de ser cortado y puesto a secar. El río tiene el color de los árboles que se reflejan en él y hunden las raíces bajo su lecho absorbiendo su frescura. Pájaros verdes y amarillos vuelan a ras del agua como flechas de luz inaprensibles, casi soñadas.

El señor Linh abre los ojos. Algún día tiene que contarle a Sang Diu todo eso, hablarle del río, de la aldea, del bosque, de la fuerza de su padre y la sonrisa de su madre.

El anciano mira de nuevo la entrada del parque. Le gustaría ver qué hay allí dentro, qué maravillas atraen de ese modo a tantas familias. Pero el parque está al otro lado de la calle, que es ancha, inmensa, y está llena de coches que no se cansan de ir y venir a toda velocidad en ambos sentidos, en medio de un guirigay de bocinas y una neblina de humo gris azulado.

La nieta del señor linhDonde viven las historias. Descúbrelo ahora