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Iba por su segunda taza de café negro, disfrutando de la vista que le regalaba el ventanal de su piso. Yoongi estaba con ropa ligera, aunque el clima estuviera en menos cuatro y la nieve cayera en todo Seoul.
El chico le dio un buen trago a su bebida amarga; le encantaba el café sin azúcar. Cuando se hubo terminado la taza, fue a buscar un poco más. Se dio cuenta, mirando la jarra de cristal como aquél niño al que le quitan su dulce preferido, de que eso era lo último que le había quedado de café. Si quería preparar más, tendría que ir a la tienda de la esquina a comprar, al menos, un paquete pequeño.
—Demonios —se quejó el peliverde, cambiando sus bermudas playeros por unos jeans junto con una gran y afelpada chaqueta. También se enrolló una bufanda de rayas en su cuello y se calzó sus sneakers sin limpiar—. Compraré treinta paquetes de ese condenado café y no saldré hasta que pase el invierno.
Agarró sus llaves y su billetera mientras aún daba saltos para encajarse las zapatillas, y con un portazo se dirigió hacia la fría y congelada noche de noviembre.
