El viento frío de noviembre se llevaba todo a su paso. Con su fuerza, intentaba arrancar los enormes árboles de las calles y voltear los carros estacionados frente a los edificios. Los postes de luz, Min YoonGi y Park JiMin parecían ser los únicos inmunes a la tormenta.
El pelo del mayor se veía más pálido de lo normal, casi blanco, casi desapareciendo el color menta artificial con el que se lo había teñido. Un faro descansaba su luz amarillenta sobre la mitad de su cuerpo, mientras la otra era consumida por la infinita oscuridad del puente.
Park JiMin, alternando su vista entre una piedra ovalada y la montaña de cigarrillos a pies del otro muchacho, estaba arrecostado en la pared opuesta, consumido en sus propios pensamientos. La luz del poste intensificaba el color naranja de su cabello; fuego danzaba en su cabeza.
«¡Ellos jamás me dijeron nada! ¡Me habían dicho que simplemente te habías largado del país!»
«Traté de contactarte muchísimas veces, JiMin. Sé que no tenía ningún derecho de reclamarte pero, joder, ¡quería gritarte hasta que quedaras sordo!»
«Siempre que les preguntaba cómo sabían que te habías ido, si tú les dijiste algo antes de partir, me evadían. Excepto por HoSeok, él estaba conmigo ese día. Es el único inocente.»
Pateó el suelo, abrumado.
Nunca había entendido a Min YoonGi, la persona que en esos momentos se daba fricción en las manos y los dientes le castañeaban. Habían estudiado casi toda la secundaria juntos, y a JiMin le quedó grabado el rostro de YoonGi desde el primer día de clases. Quiso acercársele, conversar en las horas libres con el pequeño muchacho. Pero lo único que consiguió fueron tres años de burlas de parte de él y su grupo de amigos. A excepción de Jung HoSeok, quién nunca pareció estar de acuerdo con los tratos que le daban. En cambio, cada vez que cruzaba miradas con el revoltoso ser de dientes perfectos, aquél le sonreía y lo saludaba silenciosamente. Una sonrisa ladina decoró su pálido rostro con el recuerdo.
Él no se percató de que YoonGi lo miraba, con sus ojos llenos de confusión y un corazón agitado. Su cabeza estaba hecha un lío y propensa a una migraña; sentía una opresión en el pecho que le dificultaba la respiración. El tiempo tampoco ayudaba mucho: el frío empezaba a picar su piel, dejándole rosetas rojas en la nuca. Deseó tener puesta su gran cobija al rededor y la gran taza de café en las manos, transmitiéndole ese calor excesivo de la bebida hirviendo. Como si despertara de una pesadilla, se acordó de la compra que había hecho, buscándola a tientas en la oscuridad. Apretó fuertemente la bolsa plástica entre sus manos, como si aquello fuese un tipo de salvación.
¿Pero salvación a qué?
Los cabellos de ambos chicos eran los únicos colores con vida en todo el sitio; menta y naranja. El primero era sereno, helado como el clima y filoso como su dueño. El segundo era más fuerte, así como los rayos del sol en verano, la salsa picante de ají o las granjas cuando sus naranjales estaban abarrotados de fruta. Transmitía el calor y la felicidad que daba cuando estaba todavía con vida.
«Perdón, JiMin»
Sus manos se convirtieron puños, la rabia perturbaba su alma.
«No te disculpes.
Ya estoy muerto»Quiso llorar, arrepintiéndose de cómo había tratado al chico. A su JiMin.
Menta y naranja se unieron en la danza, revolviendo la cabeza de cada uno, creando terremotos y tsunamis en sus corazones.
Pero ahí estaban, quietos en sus lugares. Apretando dientes y luchando con lágrimas no deseadas. Ambos seguían allí, atrapados bajo la tormenta de nieve.
No iban, en absoluto, a darse por vencidos. Sentimentalmente hablando, menta y naranja se aliaron para unir a sus dueños, iniciando lo que pudiera considerarse como «La Tercera Guerra Mundial».
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3:17 A.Mー YOONMIN
Fanfic'Incluso pensó en aquél chico del pelo naranja que más nunca volvió a ver. © FATALITAE 2017 || prohibida su copia u adaptación.