La honda laguna verde del río Salinas estaba muy calmada a la caída de la tarde. El solhabía dejado ya el valle para ir trepando por las laderas de las montañas Gabilán, y lascumbres estaban rosadas de sol. Pero junto a la laguna, entre los veteados sicómoros, habíacaído una sombra placentera.
Una culebra de agua se deslizó tersamente por la laguna, haciendo serpentear de un ladoa otro el periscopio de su cabeza; nadó todo el largo de la laguna y llegó hasta las patas deuna garza inmóvil que estaba de pie en los bajíos. Una cabeza y un pico silenciosos bajaroncomo una lanza y tomaron a la culebra por la cabeza, y el pico engulló el reptil mientras la colade éste se agitaba frenéticamente.
Se dejó oír una lejana ráfaga de viento, y el aire se movió por entre las copas de losárboles como una ola. Las hojas de sicomoro volvieron hacia arriba sus dorsos de plata; lashojas parduscas, secas, sobre la tierra, revolotearon un poco. Y pequeñas ondas surcaron, enfilas sucesivas, la verde superficie del agua.
Tan rápido como había llegado, murió el viento, y el claro quedó otra vez en calma. Enlos bajíos permanecía la garza, inmóvil y esperando. Otra culebrita de agua nadó por lalaguna, volviendo de un lado a otro su cabeza de periscopio.
De pronto apareció Lennie entre los matorrales, tan en silencio como se mueve un oso alacecho. La garza castigó el aire con sus alas, se alzó fuera del agua y voló río abajo. Laculebrita se deslizó entre los juncos de la orilla.
Lennie se acercó silenciosamente al borde de la laguna. Se arrodilló y bebió, tocandoapenas el agua con los labios. Cuando un pajarito corrió a saltos por las hojas secas a suespalda, irguió de repente la cabeza y buscó el origen del sonido con ojos y oídos hasta quevio el ave, luego volvió a inclinar la cabeza y a beber.
Cuando hubo terminado, se sentó en la orilla, dando el costado a la laguna de maneraque pudiera vigilar la entrada del sendero. Se abrazó las rodillas y en ellas apoyó el mentón.
Siguió trepando la luz fuera del valle y, al irse, las cimas de las montañas parecieronencenderse con un brillo creciente.
—No me olvidé, no señor —dijo suavemente Lennie—. Diablos. Esconderme en elmatorral y esperar a George. —Tiró del ala del sombrero para bajarlo más sobre los ojos—.George me va a reñir. George va a decir que le gustaría estar solo, sin que yo le molestaratanto. —Volvió la cabeza y miró las encendidas cumbres de las montañas—. Puedo irme paraallí y encontrar una cueva. —Y continuó tristemente—: Y no tendré nunca salsa de tomate...pero no me importa. Si George no me quiere..., me iré. Me iré.
Y entonces salió de la cabeza de Lennie una viejecilla gorda. Usaba gruesos lentes y unenorme delantal de cretona con bolsillos, y estaba almidonada y limpia. Se puso frente aLennie, se llevó las manos a las caderas y lo miró desaprobadora, con el ceño fruncido. Ycuando habló, lo hizo con la voz de Lennie:
—Te lo dije y te lo dije. Mil veces te dije: «Obedece a George, porque es bueno y tecuida». Pero tú nunca prestas atención. Siempre haciendo disparates.
Y Lennie respondió:
—Le quise obedecer, tía Clara, señora. Quise y quise. No pude evitarlo.
—Nunca piensas en George —siguió la viejecilla con la voz de Lennie—. Y él, siemprecuidándote. Cuando él consigue un trozo de torta, te da siempre la mitad. Y si hay salsa detomate, te la da toda.
—Ya lo sé —murmuró Lennie lastimeramente—. Intenté portarme bien, tía Clara. Lointenté y lo intenté.
Ella lo interrumpió:
—¡Y George podría pasarlo tan bien si no fuera por ti! Cobraría su sueldo y se divertiríacomo un loco con las mujeres de cualquier pueblo, y se pasaría la noche jugando a los dados yal billar. Pero tiene que cuidarte a ti.
ESTÁS LEYENDO
De ratones y hombres→John Steinbeck
Ngẫu nhiênDos grandes amigos, Lennie y George se encuentran en paro, en plena era de la depresión norteamericana, y con pocas posibilidades de conseguir trabajo debido al retraso mental de Lennie. Cuando son contratados en una granja ven como su vida progresa...