Capítulo 4: El tiempo hizo demasiado

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Victor llegó a su casa corriendo. Estaba demasiado alterado, agotado y sentía como su corazón latía a mil por hora. Definitivamente no podría estar con Yuuri, a pesar de todo, su pequeño encuentro se dio tan natural que logró confundirlo, no sabía lo que pasaría si pasaban más de 20 minutos juntos... En realidad sí lo sabía, y deseaba evitarlo. A pesar del tiempo que pasó sin ver a nadie de manera amorosa, su corazón seguía siendo débil por él.

Fue a su cuarto y se tiró a la cama, quería estar tranquilo y dormir para olvidar el tiempo. Una pizca de culpabilidad por haberse saltado las clases lo molestaba, pero no más que la incertidumbre si acudir o no al encuentro. Cerró los ojos y sonrió al sentir que a su lado se posaba un peso sobre la cama, estiro su mano derecha esperando encontrar a Makkachin, al cual acarició con cariño. Sería genial que hubiera sido Yuuri el que se recostara junto a él, pensó, y a pesar de haberse sorprendido de si mismo, prefirió aceptar su deseo y repasando buenos recuerdos logró dormir.

En sus sueños logró ver a Yuuri, pero era muy diferente; no era el Yuuri de hoy, sino el que le robó el corazón hace varios años. En ese tiempo la diferencia de estatura era notable, Victor era un niño de 12 años que pasaba tiempo con su Sempai del club que acababa de cumplir los 15. El día en que se conocieron era difuso, pero las tardes juntos entrenando y pasando tiempo en recesos o dentro de la escuela los recordaba de forma vívida. Tampoco estaba seguro de en qué momento le empezó a gustar, sintió que fue desde siempre, cuando se dió cuenta lo que él llamaba admiración se había transformado en amor, un amor que cultivó en silencio los siguientes 3 años hasta que Yuuri se graduó. En ese tiempo, no hubo día en que no supiera del otro, su corazón era muy feliz sólo con estar juntos, amaba las cosas cotidianas como el hecho de poder dormir en su hombro, compartir el almuerzo, caminar juntos luego de las prácticas, y definitivamente su debilidad y gran placer era que Sempai acariciara su cabeza y si tenía suerte, peinara su cabello.

Los ojos de Yuuri, a pesar de ser rasgados típicos de los japoneses, sentía que eran grandes, expresivos y gentiles, demasiado brillantes como para no perderse horas contemplandolos; su cabello era sedoso, negro azabache, se veía bien desordenado, peinado hacia atrás o cubierto de sudor.

Sonreía, habían pasado los años, de repente estaba de nuevo acostado en la azotea descansando junto a Yuuri después de una tarde de entrenamiento, tenían sus cosas regadas por el piso, había crecido junto a su sempai en esos momentos de 18 años quien estaba a puertas de irse de la secundaria, ese año era especial, a sus 15 ya no se sentía tan niño y solían aprovechar el tiempo juntos. Sempai estaba sentado a su lado, usaba sus piernas para apoyar la cabeza, lo miraba desde abajo, estaban tan cerca que le era posible oler esa mezcla de perfume y sudor que tanto le agradaba, sin darse cuenta extendía su pálida mano hacia él, intentando alcanzar aquel terso rostro. Yuuri lo miraba a los ojos con una tierna sonrisa. Cuando logró alcanzarlo acunó su mejilla, sintió sus rasgos detenidamente y luego posó su dedo pulgar en sus labios que estaban un poco agrietados. “Te quiero…"

Abrió sus ojos de golpe, Makkachin se había despertado y ladraba rascando la puerta intentando salir. Se levantó perezosamente y medio dormido aún para abrir y regresó a su cama.

Se sentó contemplando su mano, aun sentía el contacto con la piel de Yuuri en el sueño; incómodo dirigió la mirada a su pantalón, estaba apretado, una erección se dejaba ver por sobre la ropa. Se sonrojo, ¿era debido a que había soñado con el pelinegro? Paseo la vista por la habitación, dudando un poco sobre qué hacer en ese momento. Se levantó lentamente y contempló el retrato que tenía junto a Yuuri.

Dio un gran suspiro mirando al techo y se dirigió a cerrar la puerta. Se dejó caer sentado, tenía una pierna aun doblada y la otra estirada sobre el piso, sujetaba su espalda contra la puerta y con la cabeza alzada hacia el techo comenzó a abrir su pantalón. Todo era culpa de Yuuri, por aparecer después de tanto tiempo, viéndose tan bien… Su cuello era grueso, y sus brazos fuertes y la ajustada camiseta negra que llevaba hoy dejaba además ver sus pectorales marcados y otros detalles que le hubiera gustado omitir.

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