Secuestrado

Capítulo 33

Nota: Lector, si sientes que las emociones o pensamientos de Victor son poco coherentes, irracionales, confusas o contrarias, fue intencionalmente escrito de esa forma.

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Los ojos de Victor se abrieron de golpe, y sintió como la temperatura de su cuerpo comenzaba a bajar drásticamente. Yuuri estaba ahí, frente a él, a muchos metros de distancia, siendo besado por alguien más.

La verdad es que no alcanzó a distinguir de quién se trataba, las lágrimas que comenzaron a caer de sus ojos se lo impidieron, e instintivamente corrió su rostro, porque tampoco quería saber quién era.

El ruso cayó de rodillas en el piso, colocando sus temblorosas manos sobre su boca, tratando de resistir el llanto. Apretó los ojos, inclinando la cabeza hacia arriba entre sollozos, como rogando al cielo que hubiera sido un sueño, un espejismo, que ese no era su Yuuri, pero la imagen se repetía una y otra vez en su cabeza: el japonés saliendo del mini súper, y alguien más deteniendolo desde adentro, sujetando su rostro y besándolo en los labios. Su mente comenzó a imaginar el resto, ¿fue un beso apasionado? ¿sólo un rose de labios? ¿Yuuri se resistió?

Victor miró a sus espaldas, donde se encontraba la ventana, pero sólo divisó la cortina semitransparente. Aunque lo intentó, no se sintió capaz de volver a mirar por ahí.

Su corazón latía rápido, se sentía ahogado y estaba temblando, apretó los dientes intentando controlarse, más su esfuerzo fue en vano. Su cuerpo ya había reaccionado así anteriormente, tal vez unas dos o tres veces, pero aún no descubría qué hacer para que las desagradables sensaciones se fueran. Sólo podía pensar en lo dolido que estaba, en aquel beso, en que Yuuri le era infiel, lo había engañado pensando que jamás lo descubriría… ¿Por qué lo había hecho? ¿Acaso él no era lo suficiente bueno? Realmente, si lo pensaba ahora no era bonito, ni atractivo, ni tenía qué ofrecerle al japonés… pero el pelinegro parecía conforme con la relación, era preocupado, incluso Victor pensó que el amor que sentía era mutuo y correspondido.

Los buenos momentos, los íntimos y las veces que pelearon comenzaron a cruzar por la mente del menor, haciendo que se sintiera confundido y desorientado, seguía llorando tirado en el suelo de rodillas, de una forma lamentable, nauseabundo, sintiendo compasión por él mismo.

Momentos como estos era cuando se odiaba, por tener sentimientos encontrados y que se enfrentaban, demasiado distinto uno del otro, y a la vez creía que ambos tenían su razón de ser. Por un lado, trataba de justificar al japonés, destacado cada cualidad buena y pensando cómo pudo terminar así; por otro lado, los celos, rencor y orgullo le estaban comiendo vivo.

Se limpió las lágrimas, viendo como algo de maquillaje quedaba en el torso de sus manos. Genial, pensó, todo lo que había demorado en maquillarse para ser arruinado en cosa de segundos por sus lágrimas. Vió el escritorio, donde tenía todo lo que había utilizado para lograr verse bien, aceptar lo que veía en el espejo, todo impulsado por la devoción que tenía hacia Yuuri, y ahora…

Sin poder resistirlo, una que otra lágrima siguió cayendo, se maldijo a sí mismo por tener un espíritu tan débil, tratando de quitar con sus manos el resto de maquillaje, dejando rastros de él por varias partes, sobre todo en los labios y ojos, pero todo era culpa del japonés, quien suponía llegaría en cualquier momento y, simplemente, no sabía cómo actuar. Tenía dos opciones, fingir que nada ocurrió o enfrentarlo.

Sintió cómo ingresaban la clave electrónica, para luego quitar el seguro de la puerta. Era Yuuri, definitivamente era Yuuri, su amado Yuuri, el maldito de Yuuri.

Sonrió de lado levantándose pesadamente, parándose erguido, pero con la cabeza gacha, y avanzó hacia la puerta de la habitación para asomarse hacia el pasillo. Ahí fue donde pudo verlo, con esa sonrisa inocente, llena de amor que siempre le entregaba, lo que le hizo enfurecer, apretando los puños por instinto. Victor había pasado de la tristeza al enojo, ahora entendía aquella frase que dice “del amor al odio hay un paso”.