VII. Primera experiencia sensorial

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La campana de la entrada suena en cuanto abro la puerta y los ojos de todos los comensales se posan sobre mí

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La campana de la entrada suena en cuanto abro la puerta y los ojos de todos los comensales se posan sobre mí. Trago saliva con pesadez, y tomo una respiración profunda. Siento como si todos fueran capaces de descubrir mi secreto, como si pudieran ver en mi interior. Tantos pares de ojos sobre mí causaban una sensación extraña en mi estómago. Algo incómodo. Me pregunto si será una respuesta natural de mi cuerpo, o si será algo que tenga que ver conmigo específicamente. Aunque no es como si cada uno de nosotros tuviéramos una personalidad única, así que voto por la primera opción.

De cualquier modo, no me da tiempo de pensar mucho en eso, por que escucho la voz que había esperado oír desde que entré.

–¡Makkachin! ¡Qué buen perro eres! –el humano llega corriendo al encuentro de su perro, quien ladra con emoción al ver a su dueño nuevamente. Viktor se agacha para dejar que el caniche lama su mejilla. Mientras él está ocupado, yo me dedico a analizar su apariencia.

Su expresión era obviamente feliz, jovial. Parecía unos cinco años menor, sus ojos cerrados, con su sonrisa extendida por todo su rostro. Iluminaba sus facciones considerablemente, incluso si su cabello cubría una parte de ellas. Su ropa consistía en una camisa de manga larga blanca con un delantal azul sobre ella, combinado con pantalones de vestir negros y zapatos del mismo estilo. Por alguna razón, no podía apartar la mirada. Últimamente no podía hacerlo, y no entendía muy bien por qué.

La escena era embriagadora, hipnotizante. Ambas criaturas estaban extasiadas, como si no se hubieran visto en años.

Es entonces cuando empiezo a preguntarme... ¿Es eso cariño? ¿Afecto? ¿Costumbre? ¿U otra cosa? Y si así era el caso, ¿qué sería? Tal vez... ¿Amor?

En mis estudios de la raza humana había leído y escuchado algo sobre el amor. Ese sentimiento abstracto, imposible de comprender para nosotros. Eso que movía las acciones humanas, aquello que podía hacerlos sentir en la cima del mundo o hacerlos sentir a siete pies bajo tierra, sofocándolos y matándolos lentamente. En realidad, no llegaba a captar completamente el concepto de "morir de amor", pero me parecía algo estúpido y tonto morir por otra persona. Mi especie está acostumbrada a velar por nuestra propia supervivencia, lo único que nos motiva, lo que nos mueve es el deseo de vivir, sin preocuparnos por otra especie o hasta por otro individuo de nuestra propia familia. Al carecer de lo que los humanos llamaban "emociones", no nos era posible pensar en alguien más fuera de la salud física.

Y era algo que me intrigaba muchísimo. No podía dejar de preguntarme cómo se sentiría tal sensación, qué pensamientos tendría, qué reacciones.

Sin embargo, no podía. Me estaba estrictamente prohibido pensar en esas cosas, pero no era capaz de evitarlo. Al ver a Viktor con su mascota tan feliz de verse el uno al otro mis pensamientos vagaban, sin poder controlarlos del todo. No era hasta que me daba cuenta cuando ya era muy tarde.

–Así que sí viniste –comenta el peligris al levantarse del suelo y dedicarme una sonrisa, ladeando ligeramente la cabeza. Un gesto que había visto en él más de una vez desde que nos conocimos, hace apenas tres días.

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⏰ Última actualización: Oct 04, 2018 ⏰

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