Capitúlo 1. Dime quién soy

497 14 3
                                    

"El sonido sordo de mis pies chocando contra la acera del suelo me ponía más nerviosa de lo que ya estaba, hasta un punto en el que casi era inaguantable. Mi respiración estaba agitada, y respiraba con dificultad, pero no me dentendría, no podía detenerme. 

Giré a la derecha. Derrapando contra el suelo con mis gastadas y destrozadas zapatillas de correr. 

Si me preguntaran porqué giré en esa dirección, no sabría qué responder, ni habría una respuesta, de la misma forma en la que última no sabía nada de lo que pasaba a mi alrededor. Siempre tuve la estúpida creencia de que controlaba mi vida. Como dije antes, estúpida. 

Mis piernas empezaron a fallarme, el costado derecho pareció empezar a quejarse, enviándome una serie de fuertes punzadas que aumentaban a cada paso que daba. Mis pulmones estaban llegando al límite y podía sentir, en el viento que impactaba contra mi piel, que había disminuido la velocidad.

No. 

-Significas luz.... Layna, verdad... y luz-  

Mis ojos se empañaron por las lágrimas que amenazaban con salir ante aquel recuerdo. No podía detenerme. No era una opción hacerlo. Las opciones en ese instante se habían terminado, y solo podía hacer una cosa. Correr. Correr. Correr. 

Detrás de mí podía sentir como sus pisadas, secas y rápidas, conseguían abordar terreno. Acercándose a mi. Atrapándome. Deteniéndome. No iba a llegar, no lo conseguiría. 

Seguía corriendo, con el corazón en un puño, estaba acercándome, podía ver el edificio desde allí... casi podía verme e imaginándome a mi misma transpasando las puertas y llegando a él, consiguiéndolo. Ver como me sonreía, y permitirme a mi misma llorar en el refugio de sus brazos, cálidos y protectores contra mi piel. 

Volví a girar, pero lo que antes fue un buen punto de ventaja, esta vez se convirtió en mi perdición. Todo se tiñó de negro mientras el dolor borraba el resto de sentimientos casi por completo. Se acabó. Debería haber cambiado de rumbo, haber intentado defenderme, incluso pedir ayuda.

Sin embargo, lo único que pude hacer fue gritar. Su nombre.

Grité su nombre, porque quería que mis últimas palabras fueran dirigidas a él. Y con un poco de suerte, mi voz consiguiría lo que mi cuerpo no consiguió. Alcanzarle."

Me levanté y me incorporé sobre la cama, mientras sentía como las gotas de sudor recorrían mi rostro, descendiendo por mis mejillas y acabando en el cuello, todo estaba borroso y no era capaz de enfocar las imágenes a mi alrededor. Sentía algo suave contra mi piel, suave y brillante. Una sábana blanca. 

Me tapé los ojos con la mano derecha, intentando evitar la luz que entraba a raudales por la ventana, al fondo de la habitación. Estaba sola, y una infinidad de tubos se introducían en mi piel, en mis venas, conectándolas con otra infinidad de goteos y líquidos turbios.

Estaba desorientada y me levanté intentando recordar lo que había pasado. Nada. Mis piernas se quejaron al intentar ponerme en pie, y con una mueca las obligué a hacerme caso, me miré las manos y me sorprendió ver moratones en ellas, que se extendían a través de mis brazos y, seguramente a través de mi estómago y mis piernas. 

Di una vuelta sobre mi misma, estudiando la habitación que ahora veía con claridad gracias a que mi visión había conseguido enfocarse. Era sosa, blanca, y seguramente de algún hospital. Fui hacia la puerta blanca que estaba al final de aquel cuadrado que ellos llaman habitación, y la abrí, pasando a través de ella y consiguiendo que mis ojos se quejaran de nuevo. Por mi, se podrían meter todas las luces por el culo, ¿qué coño pretendían? ¿dejarme ciega? 

A penas caminé tres pasos cuando una señora con los ojos rojos y llorosos se acercó a mi, corriendo a duras penas, casi arratrándose con el único objetivo de acercarse a mi. 

Al alcanzarme, me estrechó entre sus brazos, firmes y temblorosos a partes iguales. Sus soñozos me molestaban. Odiaba a la gente que lloraba, pero de alguna manera no encontraba una forma correcta de decirle a esa mujer que me soltara y que dejara de fingir que verdaderamente le importaba, que ese juego se había acabado hace mucho tiempo. No lo hice, no porque no quisiera, sino porque me quedé sin palabras al sentir que había hechado de menos sus abrazos. Al menos una parte de mi lo había hecho. 

Cuando por fin me soltó, vi que parecía más vieja. Tenía más arrugas y estaba despeinada, con la ropa descolocada, era gracioso porque ella nunca estaba desarreglada, ni siquiera un poco informal, pero ahora era como si no hubiera hecho nada más que esperar a que yo despertara--- tarde un segundo en darme cuenta, y sumar dos más dos ¿qué narices me había pasado? intenté hablar y preguntarlo pero las palabras no salían de mis labios. No conseguía recordar nada, nada que importara de verdad, nada claro, pero tenía la sensación de que había pasado algo muy grave, y solo de pensar, algo que desconocía, me entraban ganas de volver a la habitación, tumbarme en posición fetal y llorar. 

Yo nunca lloraba. 

Una oleada de temor chocó contra mi cuerpo, cogiéndome desprevenida y llevándose todo de mi. Convirtiéndose en mi. Tan fuerte y potente que no pude evitarla o disminuir el golpe.

Yo nunca tenía miedo. 

Y por primera vez, en dieciocho años, tenía ambas a la vez.

¿Qué había pasado?

La cuenta atrás.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora