Capítulo 3. Problemas

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Deslicé mis ojos por el rostro que tenía en frente de mi, bueno... más bien, sobre mi. 

Tenía una sonrisa traviesa bailando en sus labios, y los ojos un poco entrecerrados y ocultos por su pelo rubio y desordenado. Se notaba que hacía mucho que no se lo cortaba. No me sorprendió verlo, ni a él, ni a su pelo enredado, ni a su ropa deshecha. Ni que sus ojos todavía tuvieran ese azul oscuro tan inmensamente profundos y por los que yo había estado perdiendo el cuelo hasta hace poco. Bueno... poco, que yo recuerde, porque apenas unos segundos me acabo de enterar que he estado un año entero en coma, y la hija de puta de mi madre, me deja venir al instituto sin saberlo... bueno, siendo un poco justos, me dejara o no, yo al final del todo, habría hecho lo que me saliera de los ovarios. 

Hace unos meses.... hace un año y algunos meses, me habría encantado verlo allí, en ese momento solo me entraron ganas de cerrarle la puerta en las narices, y lo habría hecho de no haber recordado que tenía que salir de esa habitación, no encerrarme en ella. Con la profesora de Biología. Que me acababa de decir que estábamos en 2014. Y que lo más seguro era que hubiese estado un año entero en coma. 

Si, definitivamente tenía que salir de allí. 

Fulminé con la mirada a ese gilipollas, le rodeé y salí corriendo, sujetando con fuerza mis cosas y deseando que no viniera detrás de mi, y como siempre, él tenía que hacer exactamente lo contrario de lo que quería que hiciera. Guai. Después de todo, si que le daría con algo en las narices. Mi puño. 

Me di la vuelta, encarándolo, a él y a esa estúpida sonrisa de prepotencia que siempre tenía dibujada en la cara. Demasiado bonita y estúpida en cantidades proporcionales. 

-¿Qué? -Le espeté antes de que pudiera decir cualquier cosa. El me miró levantando una única ceja. Imbécil, ojalá supiera hacer esa mierda con las cejas-

-Agradable -Soltó una risita entre dientes mientras bajaba la cabeza, haciendo que su cabello le ocultara parcialmente los ojos. Luego la levantó y me miró sin verme a mi. Nunca me miraba a mi. No realmente y aunque ya hubiera superado lo nuestro... bueno, más o menos... siempre me dolería saber que nunca me quiso -¿Qué tal lo llevas? 

Llevé el brazo hacia atrás y con todas mis fuerzas, le golpeé la nariz con el puño. Sonreí al oír un crujido y un grito sordo saliendo de él, que se encogió hacia delante mientras se agarraba la nariz, que sangraba como si fuera un grifo. Me di la vuelta y le dejé solo, mientras esquivaba a la gente que salía de sus clases, y que se había acercado atraida por el revuelo. 

Mientras caminaba, oí su voz, clara como el agua y llena de una furia fría que, sabía que me devolvería más tarde. 

-Bienvenida de vuelta, Layna. -Sonreí para mis adentros. Más por la satisfacción de haberle hecho enfadar que por sus palabras-

Fui hacia secretaría, pedí mi nuevo horario, y sentí como algo me abrazaba por detrás con demasiada fuerza, expulsando de mis pulmones todo el aire, y haciéndome jadear con fuerza. No me solté porque sabía bien quién era. Sonreí al oír como me exigía una y otra vez algún tipo de explicación. Yo me reí y me di la vuelta para devolverle el abrazo. 

Abrazarla era como volver a casa. 

-Layna... -Sentí como Amy lloraba en mis hombros y como los suyos temblaban un poco. Para mí, apenas habían sido unos días. Para ella había sido un año entero. Cuando me puse en su lugar, e imaginé un año sin ella, la abracé con más fuerza-

Seguramente las clases ya habrían empezado. Y con toda probabilidad todos estarían haciendo todo tipo de historias sobre nosotras. Y con mucha más probabilidad, esa historia nos tendría a  nosotras, lesvianas, y perdidamente enamoradas la una de la otra. Tonterías, como todos los rumores. Tonterías y porquerías. 

Amy olía a sandía. Mientras la abrazaba recordé todas las veces que me había animado cuando tenía alguna pelea, suspendían algún examen o me daban calabazas, igual que yo a ella. 

Era una chica de estatura media, 1,64, quizás más, muy rubia y con el pelo muy largo, siempre peinado y ordenado en trenzas. Sus ojos eran marrones, un agradable marrón cálido y expresivo, capaz de decirte en una sola mirada tantos sentimientos y emociones que a veces conseguían ahogarte, con un rostro redondeado, bañado en pecas, y unos labios finos que siempre tenían dibujados una sonrisa, pero una de verdad, no esas falsas que ponen las niñas pijas en las películas americanas, una de esas donde enseñas todos los dientes, blancos y rectos. 

Algunos la consideraban... no rara, sino infantil. Siempre vestía ropa muy colorida, nunca se hechaba nada de maquillaje y estaba obsesionada, pero obsesionada de verdad con los peluches y con los cuentos clásicos, muy del estilo Caperucita roja y Rapunzel. Yo la consideraba adorable. Adorable y valiente. 

Cuando me soltó, vi que se le habían escapado las lágrimas, y que tenía una de esas sonrisas que le cambian la cara, iluminándola, y haciendo que en vez de una chica "mona", se convirtiera en una chica guapa de verdad. Incluso, probablemente, mucho más que yo. Mucho más. 

-¿Dónde has estado? No habrás estado por ahí de fiesta sin mi ¿no? Porque como sea ese el motivo de que no hayas estado aquí te juro que... -No dejé que acabara, porque mis carcajadas la interrumpieron. No eran las palabras, era la forma de decirlo... como si fuera una amenaza a considerar... ella suspiró, y negó con la cabeza, entrelazando su brazo con el mío y dirigiéndome a mi siguiente clase. Tenía la ligera certeza de que no me iba a quitar el ojo de encima en un tiempo. 

Nos dirigimos a Matemáticas. Las clases (como no) ya habían comenzado y a mi me daba demasiada verguenza entrar yo sola en ella, siendo el centro de atención de todos, contando a la profesora. Amy por el contrario no lo dudo ni un momento y entró sin ni siquiera llamar, empujándome dentro de la clase, detrás de ella y cerrando una vez estuvimos dentro. 

Para mi gran pesar, todos clavaron sus ojos en nosotras. Mi rostro empezó a ponerse rojo y deseé que no se notara. Odiaba que se fijaran en mi en clase. 

-Ey amigos, no somos un circo andante, y tú -Amy señaló a un chico que se estaba riendo. Había visto el abrazo que Amy y yo nos habíamos dado. Pondría la mano en el fuego por ello- si aprecias tus dientes, y quieres conservarlos, dejarás de reírte. 

Todos soltaron unas risitas contenidas. Yo la primera. Antes de que la profesora se dispusiera a comenzar su discurso de siempre sobre la puntualidad. Luego pareció reconocerme y pensó lo que iba a decir cuando, finalmente, suspiró mientras asentía, y nos dejaba entrar sin montarnos ningún numerito exagerado. 

Ya se acababa lo interesante. Ya se acababa el recibimiento de Amy. Ese primer y emocionante momento en reaparecer, después de tanto tiempo sin asistir a clases. La extraña, extrañísima sensación de extrañar un poco a los profesores. Ahora solo quedaban horas de pensar en cualquier cosa menos en la teoría, y suplicarle al Señor Tiempo que se diera prisa en acabar. Por costumbre, no porque realmente el tiempo fuera a pasar más rápido.  Ojalá se pudiera hacer eso.

Estaba a punto de quedarme dormida y empezar a soñar que estaba en alguna fiesta increíble, o algo por el estilo cuando pasó algo que no debería haber pasado. Ni si quiera sabía que fuera posible que pasara. Hasta que pasó, y sentí como mis pulmones dejaban de funcionar.

Todo pareció quedarse quieto. Todo se quedó quieto. En modo "pausa", como ocurrió en el hospital. Como ocurría siempre que mis emociones se encontraban fuera de control. Pero... esta vez no había sido yo, o mis emociones las que habían congelado el momento. 

Otra persona lo había hecho. Y eso solo podía significar una cosa. 

Problemas. 

La cuenta atrás.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora