La Casa en el Lago

199 8 0
                                    

          La odiaba. Ella siempre creía que era superior a los demás. Ella lo tenía todo. Nunca pasó hambre, nunca tuvo frío. Siempre tenía cosas nuevas para presumir. Yo nunca tuve nada. Su nombre era Camila Casals. Obviamente, era la típica niña de plástico del cuento. Era cruel con las personas que no eran parte de su círculo social, bueno, el círculo social de sus padres. Crecí viéndola todos los días de mi vida, porque vivíamos en el mismo vecindario y porque siempre estudiamos en las mismas escuelas, incluso en el mismo salón de clases. Recuerdo que en la primaria traté de acercarme a ella y ser su amiga, pero ella me rechazó, riéndose de mi vestimenta, poniéndome en ridículo frente a toda la escuela. Desde ese momento, siempre trató de hacerme sentir menos persona que ella, pero pronto, seré yo quien se ría de ella. Ya me harté.

          Estábamos en nuestro último año de escuela superior y yo fingí haber cambiado. Compré accesorios y ropa nueva para parecer de clase alta como ella... y se tragó mi actuación. Me aceptó como su amiga y con el tiempo fuimos muy unidas, incluso me invitaba a quedarme en su casa. Una vez, en un arrebato de sinceridad, me pidió perdón por todos los malos tratos hacía mi durante todos estos años... pero juro que ya era demasiado tarde.

          Un día, la invité a una supuesta fiesta en la casa en el lago. Primero me preguntó que porqué en esa casa abandonada en el lago del pueblo, yo le respondí que mis amigos querían hacer una fiesta secreta y que por eso habían escogido ese lugar. Le dije que se colocara una venda en los ojos, que quería sorprenderla para demostrarle que ya estaba perdonado todo mal rato que me había hecho pasar. Después de varias horas de viaje, llegamos al lago, que ya parecía un pantano con el paso de los años. Le dije que la iba a llevar a un lado especial reservado para la gente rica como ella. Ay, tenían que ver su cara de emoción. La coloqué en una esquina de la vieja casa y cerré la puerta. Como no escuchó la música ni el ruido de la fiesta, comenzó a ponerse nerviosa, así que la até a una columna. Le quité la venda y al verme con un hacha en la mano comenzó a gritar. Yo comencé a reír y le dije que lamentablemente, la iba a asesinar. Le recordé todos los malos tratos hacia mi y hacia las otras personas y mientras la torturaba mentalmente, la hacía sentir miserable. Luego, la asesiné. Le corté el cuello y se desangró hasta morir. No podía parar de mirarla. 

          En estos momentos, estoy en la cárcel, en una cárcel especial para gente psicológicamente inestable. Aunque a veces la culpa me atormente, no me arrepiento de haber acabado con la vida de Camila Casals, "La Pequeña Princesa Perfecta".

10 Historias SiniestrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora