04| Un momento de dolor.

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                      NATALIE


Estoy parada frente a la que era mi habitación. La puerta sigue intacta, las pegatinas de gatos siguen ahí, al igual que mi nombre echo de madera y decorado con purpurina violeta y negra.

La perilla sigue adornada con las orejas y los bigotes de un gato. 

Y es ahi donde me preguntó, ¿Que mentalidad tenía en ese entonces para adornar así mi puerta?

Ni siquiera Riley quien es la menor de los tres tiene adornada así su puerta. La de ella es más juvenil, pintada en un color grisáceo con su nombre escrito en la parte más alta de la puerta, las letras son simples. Madera delgada y pintada de blanco, con lunares azules. 

En medio de la puerta hay una mirilla, es precavida por que así sabra quién toca a su puerta antes de abrir. 

Tomo un respiro decidida a abrir la puerta, es la primera vez que abro está puerta después de tantos años. Dentro de ella hay muchos recuerdos, tanto buenos como malos.

Adentro de mi habitación yacen trofeos de cuando jugaba voleibol, de esgrima y de fútbol. 

Era una chica centrada en vivir la vida al máximo, era buena en deportes, en matemáticas y en historia. Fui la primera en clase de música e incluso fui elegida como presidenta de la clase.

Todo eso quedó en el olvido cuando conocí a cierta persona que puso mi vida de cabeza, que se llevó entre sus labios todos mis sueños y de mis manos arranco toda esperanza de un amor como el típico cuento de hadas. 

Evan, Jiley y Cole se han marchado a su casa hace ya una hora, papá y mamá están abajo viendo televisión y Riley se encerró en su habitación tras darnos las buenas noches.

Decido de una vez por todas abrir la puerta, la abuela me dijo que entre más rápido enfrentes el problema más rápido dejaras de temerle. Así que arrastrando mis dos grandes maletas adentro y después las dos pequeñas, miro la habitación. Todo está a como lo deje, la cama sigue en la misma posición, el escritorio y mi armario igual. 

El gran espejo que están en una esquina sigue ahí, solo que ahora está sucio y empolvado.

Las dos repisas arriba de mi cama siguen manteniendo aquellos peluches y libros que no quise llevarme. Eran cosas que el me había regalado, que no había querido llevarme y que tampoco había tenido el coraje de tirar.

Así que simplemente los dejé ahí, creyendo estúpidamente que mamá quizás y los tiraría por mi. Es todo lo contrario, los libros se ven intactos y los peluches incluso lucen lavados.

Dejo mis maletas al lado de la puerta, caminando por toda la habitación. Decido abrir la ventana, siempre me gustó mi habitación.

Mis padres habían decidido que yo sería la que tuviera vista a la calle, en cambio a Evan le tocó la vista al jardín trasero y a Riley la vista a la casa de al lado. 

El viejo reloj en forma de sol que cuelga justo arriba de mi ventana marca las doce con veintiocho minutos, el cielo luce despejado. No hay ni una estrella ni una nube. 

Solo el breve ruido de los aviones en el cielo, la brisa del aire y el sonido de un grillo que seguramente está muy cerca.

LAS VECES QUE TE AMÉ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora