Capítulo 3: Prófugos de la Catastrofe

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Mientras hablo dejo de mirarte por momentos, dejo que mis ojos se pierdan en la oscuridad infinita que está ante mí, de la que soy huésped y dueña, veo cosas que tu no en ella y sería lo mejor que nunca seas capaz de tal hazaña, te haría acobardarte sin duda, dudo que incluso tu determinación sea capaz de aguantar algo como eso, nadie que no haya vivido lo suficiente como para ver la verdadera oscuridad está preparado para ver más allá de las sombras... Aunque... Me pregunto... ¿Qué habrás visto tú?

Veo que aprendes tu lección, esta vez no me has llamado, puedo ver que ante mi silencio el nerviosismo reaparece en tus ojos pero es menor que la vez anterior. Decido no torturarte mucho con la espera, no me toma mucho decidir que decir esta vez. Puedo decir que has conseguido que me anime a hablar, que encuentre el gusto en encontrar el divague del que me haces protagonista así que te contentaré hasta que me sienta cansada. Me aclaro la garganta y se escucha el ruido del choque de dos metales.

—Tu final se encuentra aquí ¿Puedes comprender eso? —te cuestiono. De cierta manera me parece que no comprendes el calibre de la situación en la que te has metido. Es algo que no deja de molestarme, no eres el primero que llega hasta este punto pero no pareces entender dónde estás, no pareces entender realmente quien soy y porque estoy aquí. Lo dejo pasar, no puedo permitir que distracciones así cambien mi manera de pensar, no tendrás un final muy diferente al resto y te volverás un recuerdo más de aquellos de los que quieres escuchar.

La luna, como astro principal del cielo nocturno y ojo que todo lo ve y lo sabe sobre sus dominios se alza sobre una pradera. Su luz permite a sus seguidores y protegidos ver desde los rincones en los que se esconden. Entre ellos, en el alto pasto, como insectos o cazadores, dos figuras humanoides se arrastran hacia un agujero artificial en el suelo donde se adentran. Allí dentro las leyes de la noche se violan dando lugar a la luz de un fuego que calienta la tierra. Dentro los espera un hombre con una larga barba y una calvicie que ya domina la parte frontal de su cabeza, portador de un brazo amputado, conservando parte de su cúbito y radio finamente afilados, alrededor de estos huesos la carne de su corpulento cuerpo se acumula, cuerpo cuya parte frontal estaba cubierta por una rayada y casi destruida placa de piedra.

—¿Nos siguen? —Preguntó él de forma testaruda. El ambiente de la cueva era notoriamente caliente lo cual se notaba en las gotas de sudor en su rostro. Por su parte los dos individuos evidentemente más jóvenes que él pudieron sentir aquel calor en su rostro cuando entraron, contrastaba mucho con el frescor natural del inseguro exterior.

—No —explicó la segunda en entrar, una mujer de piel morena y cabellos cortos que no eran capaces ni de caer un par de centímetros

—Como no nos adentramos en territorio enemigo tal vez nos ignoraron. —Pero fue interrumpida por el hombre, el primero en entrar, algo mayor que ella.

—En el campo nos mataban a todos por igual aún si huíamos ¿Crees que nos busquen? —volteó a ver al hombre postrado en el suelo. El espacio no era muy amplio tampoco, tenía un total de cuatro metros cuadrados. Más allá que la integridad del hombre con barba estaba algo más protegida que la de los demás todos tenían el mismo tono y estilo de ropa. Un rojo de diferentes tonos oscuros, guantes gruesos, botas y una insignia a la altura del hombro derecho y, en caso evidente en los dos jóvenes, otra totalmente diferente en su pecho, diferente en cada uno. Pese a que se veían tan calmados y profesionales si se fijaban en sus ojos se veían asustados, cada cual más mientras menor era su edad, en aquellos silencios respiraban por los labios, como si les faltara el aire pero no señalaban a los demás ya que sabían que estaban en el mismo estado.

Escuchan entonces el viento pasar por encima del hoyo que cavaron, sus herramientas pueden verse en una esquina, unas palas pequeñas de un material que brillaba en contra de la luz con numerosos colores, podía pensarse fácilmente que sería algún tipo de piedra marina delicadamente cortada y afilada hasta la saciedad, el cansancio o el aburrimiento.

—Llevamos demasiado tiempo así... Debemos dormir —sugirió el joven con decisión

Decidieron culminar la noche, intentaron conciliar el sueño pero aquello resultaba imposible, no solo por el calor que dominaba el ambiente sino por aquel sentimiento de persecución que dominaba sus mentes. Respiraban nerviosos y se movían intentando entrar en la tierra de los sueños, en un ambiente de paz.

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