Capítulo 9

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Pienso rápidamente en las palabras correctas para expresarle de forma exacta lo que siento.

– Eres el hombre más increíble que he conocido hasta ahora, pero no es suficiente, Gaston. Mereces algo mejor de lo que yo puedo darte;
dejemos esto hasta aquí.

Jamás olvidaré su mirada al destrozarle el corazón en segundos con tan sólo unas simples palabras.

– ¿E-es en serio? – Tartamudeó Gaston – ¿En qué he fallado, Leila? Por favor, dímelo ¿Qué hice mal? – insistió.

Oh Gaston, no es tu culpa...

– Nada, Gaston.

– ¿Y entonces por qué?

– Es sólo que mi cariño es insuficiente, Gaston. No puede compararse con el tuyo, en absoluto; y me hace sentir realmente mal.

Pude sentir como se aceleró su corazón, y el mío se encogió al ver la manera en cómo tragó saliva, intentando digerir lo que acabo de decirle.

Claro que ahora yo soy mucho más consciente de que no podemos asumir que las cosas que no se sienten a la primera predicen que va a fracasar; pero para ese entonces, me era fácil rendirme al primer intento; contrario a Gaston, que siempre le encuentra una solución a todo.

No obstante, precisamente  ahora no sabe cómo arreglar esto.

– No sé qué decirte justo ahora, Lei... – su voz es apenas un susurro leve y ronco – Sólo prométeme una cosa.

¿Una promesa?

– Sí, por supuesto.

– Prométeme que nos cuidaremos el uno al otro. – Toma mi mentón y me mira fijamente, sus ojos vidriosos – No importa lo que suceda en tu vida o la mía, siempre estaremos al tanto de lo que nos pase a ambos, ¿está bien?

– De acuerdo.

Y sin apenas darme cuenta, Gaston me acercó mucho más a su rostro y me dio un largo y desesperado beso, el cual parecía eterno.

Sin tan sólo hubiéramos sabido lo que sucedería años después.

...

¡BAJA ESE CUCHILLO, POR AMOR A DIOS!

Temblando, lentamente el cuchillo cae al suelo, y resuena en toda la habitación.


– Despierta hija, ya son las 6:30 a.m. – Mi madre me sacude suavemente, mientras estoy bien arropada con las sábanas en mi cama.

Mierda, es tarde.

Salí corriendo hacia el baño como un relámpago, para después arreglarme y salir rumbo hacia la secundaria, siendo ya las 7:10 a.m.

– ¡Hey, Leila!

– Chicos, ¿Qué tal?

– ¡Excelente!

En ese instante, se me acerca Rachell.

– Todo bien, chica. ¿Qué tal tu fin de semana? – pregunta con cierta intriga –.

Oh, por favor no preguntes.

Bien. – Sí, mentí. No quiero dar explicaciones justo ahora –. ¿Y tú?

– Bastante bien. – Me observa de reojo. Rachell es muy inteligente, pensé. – ¿Hay algo que quieras contarme?

– Ahora mismo, hmm... Nada.

– Uhm, ya te lo sacaré después, Leila Paxton. – Nos echamos a reír. Mi primera risa en 3 días –.

– HORA DE ENTRAR, CHICOS. – gritó la profesora de Geografía, quién hoy parecía irritada por alguna razón.

...

El resto del día – y de la semana – fue habitual como siempre; lo único diferente fue que no podía sacar de mi cabeza la imagen de Gaston limpiando sus últimas lágrimas e irse silenciosamente – aparte de que ya no salíamos por las tardes –. Es cierto que él no me parece mal hombre; no obstante, esto es lo mejor para ambos. Y si no es así, dejaría que el tiempo se encargara de ordenar las cosas; de todas maneras, era aún muy joven, ¿no?

Sí, era joven. Tanto que no podía darme cuenta de que las oportunidades que ofrece la vida no pueden desperdiciarse. Eso lo aprendería luego. Por los momentos, sólo viví mi vida como siempre. Salía con mis amigos – en especial, con Gale y Sheila – de viaje, a pasear por el parque Cook o beber un café en Bassinger's. Mis estudios iban bien; no tenía problemas que no fueran relacionados con las clases y el ambiente cada día era mucho más que relajado. ¿Qué podría estar mal? Eso pensé, ya que había tenido tranquilidad hasta entonces; tranquilidad que se perturbaba de vez en cuando con mis sueños sobre aquél suceso de hacía años atrás, y algunos conflictos en casa. Oh sí, los problemas de casa. 

La vida aparentemente ordinaria de Leila PaxtonWhere stories live. Discover now