-Me gusta cuando podemos salir a dar estos paseos.
Estaba hablando con la yegua. De un momento a otro escuché pasos cerca de donde nos encontrábamos. Le hice señas de que guardara silencio, casi suelto una carcajada por mi tontería.
Me escabullí y me escondí.
-Hola. -escuché la voz de Eric. Me asomé un poco y lo ví acariciando a mi yegua.
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Me volví a sentar y lo escuché suspirar.
-Se que estás ahí, Alexandra. -dijo con su voz ronca y sensual. Cerré los ojos, no deseaba conversar con él ahora. -Cuatro te vió entrar. -siguió hablando. Lo escuché más cerca y me levanté sin muchas ganas, pasé a su lado dispuesta a salir. -¿Podemos hablar? -preguntó y lo ignoré. Tomó mi brazo como era costumbre. -Por favor. -pidió y quité mi brazo con violencia.
-¿Para qué? Ya dejaste muy claro lo que piensas de mi, desde hace dos semanas quedo muy claro. -comencé a caminar de nuevo.
-Lo siento. -se disculpó. Reí con ironía.
-¿En serio? ¿Por qué? Soy una puta y tu no les hablas ¿no? -pregunté histérica.
-Yo...
Lo interrumpí con un puñetazo. -Púdrete Eric, no vuelvas a buscarme. -dije reteniendo las lágrimas. Salí de ahí y me fui a esconder.
¡Soy una estúpida! creí en él sabiendo como era. Idiota el pensar que cambiaría por mi.
Sentí que alguien se sentó a mi lado, limpié rápidamente mis lágrimas y giré a ver quien era.
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-Largate, Eric. -me volví a recostar en mis brazos.
-Me gustan tus tatuajes, nunca me dijiste sus significados. -cambió el tema ignorando lo que le dije segundos antes. Miré mi muñeca y ví uno de mis tatuajes.
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-Solo vete. -murmuré y sentí su brazo sobre mis hombros. Me levanté cansada de su presencia. -¡SOLO VETE! ¡DÉJAME SOLA CARAJO! ¡¿QUÉ QUIERES DE MI, MALDITA SEA?! -grité furiosa. Eric se levantó y limpió las lágrimas que tenía sobre mis mejillas. Su caracter era más fuerte que el mío, por lo tanto, mis gritos no eran nada comprados con los suyos. No lo intimidaba.
-Lo lamento, yo no quería hacerte daño, yo sólo no pensé lo que dije y no pensé en las consecuencias. -explicó. Ví sufrimiento en sus ojos.
-Lex. -escuchamos una voz. -¿Qué ocurrió? -preguntó su hermano.
-Me... Me caí, me lastimé la pierna y el líder me ayudó. -me excusé y Daniel me cargó.
-Gracias, lider. -dijo mi hermano y se dio la vuelta, lo miré una última vez y escondí mi cara en su cuello.
