EPÍLOGO

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-¡Inspector! ¡Inspector!

El inspector se despertó de sopetón.

-Se ha quedado dormido. ¡Ay! Siempre igual. Sé que este trabajo, en este pueblo además, es algo aburrido. Pero gracias a usted hay orden.

El inspector no podía creer lo que veía.

Agustín estaba de pie delante de él, con una sonrisa en la cara. ¿Pero no estaba muerto? ¿O lo estaban ambos?

-Le voy a tener que hacer tratamiento psicológico inspector. En sueños gritaba algo de un asesino, ajedrez o no sé qué historias más. ¿Se encuentra bien?

Todo había sido un sueño, no podía creerlo, había sido tan real. El inspector se dispuso a contarle el sueño a su fiel amigo Agustín.

***

El Inspector anunció que se iba a trasladar a Zaragoza, necesitaba acción y allí no la podía conseguir. El pueblo entero lo entendió y entre vítores se despidieron de él.

La noche antes de irse salió a pasear. Todo estaba más tranquilo que de costumbre. Una angustia de repente le empezó a inundar el pecho.

No se oyó nada. Ni un gritó desgarró la calma y tranquilidad de aquella profunda y última noche del inspector en el Luesia.

FIN


El Asesino del AjedrezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora