CAPITULO 5 EL DESCENSO DE LOS ALFILES

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El inspector descolgó el teléfono del cuartel y se dispuso a llamar al alcalde cuando empezaron a sonar los altavoces del pueblo, con una voz femenina que anunciaba:

-"A todos los habitantes del pueblo de Luesia. Se les ordena que cesen todas las actividades que se estén llevando a cabo, ya sean laborales y/o domésticas, y que se dirijan dentro de tres horas a la iglesia de San Salvador. El comisario Gabriel Gracia va a dirigirse a todos y cada uno de los habitantes de Luesia sin excepción. Les rogamos puntualidad sino enviaremos a dos agentes a buscarlos pues esto no es una petición, es una obligación"

Todos los habitantes se quedaron consternados frente aquel anuncio. ¿Cómo se podía obligar a alguien a acudir a escuchar algo que a lo mejor no les concernía en nada?

El inspector supo entonces que debía hablar con el alcalde inmediatamente porque sus deducciones no podía compartirlas con el comisario, pues éste, seguro que lo usaría en beneficio propio. Volvió a descolgar el teléfono y se dispuso a llamar de nuevo a la oficina del alcalde, esta vez sin interrupciones:

-Oficina del ayuntamiento, ¿qué desea?

-Al habla el inspector Pueyo. Doña Presentación, cielo, dígale al alcalde que se ponga al teléfono inmediatamente.

-Si inspector, no cuelgue, será solo un momento...

El inspector solo tuvo que esperar unos segundos:

-¿Inspector Pueyo?

-Si señor alcalde. Necesito hablar con usted urgentemente en privado, pero no se me ocurre ningún lugar dónde hablar sin riesgo a que puedan cogernos.

-Déjeme pensar un segundo...-tardó varios minutos en responder- ya lo tengo, el único sitio que se me ocurre dónde quedar es en mi despacho, aquí en el ayuntamiento, pues es el último sitio dónde nos buscarían debido a que es tan probable que lo pasarán por alto.

-Muy bien, le veré allí dentro de una hora.

-De acuerdo.

Ambos colgaron simultáneamente.

La hora se hizo larga. Mientras tanto el inspector acertaba a ver por la ventana como la gente del pueblo iba marchando hacia la iglesia. Algunos, sobre todo los más ancianos, debido a su edad y a su experiencia en la vida, se reusaban a acudir y eran obligados a empujones y malas palabras.

La hora terminó y las calles estaban en silencio. El inspector cerró el cuartel con llave y se dirigió al ayuntamiento, el cual se encontraba unos metros más adelante subiendo por la calle. El inspector al llegar, inspeccionó su alrededor para cerciorarse de que no había nadie y entró en el edificio.

Todo estaba en silencio, subió las escaleras en dirección a la oficina del alcalde. La secretaria, doña Presentación ya había marchado a la iglesia y el despacho anterior a la oficina estaba vacío y en silencio. El inspector entró a la oficina y el alcalde se encontraba sentado y en silencio.

-Inspector.

-Señor alcalde.

-Bueno dígame que es eso que me tiene que contar.

El inspector le contó todo con pelos y señales, hasta lo que le había ocurrido recientemente con los caballos.

-Bueno y mi conclusión es la siguiente. El asesino está como recreando una especie de ajedrez infernal. Todas las víctimas concuerdan con las piezas sustraídas de sus cuerpos.

-Y entonces ¿por qué decapita a las víctimas cuando está claro que es un exceso de trabajo y en teoría tiene poco tiempo estando usted investigando?

El Asesino del AjedrezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora