Capítulo Tres

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Agonía #3
Autoestima baja

Sigo aquel viejo camino al que me estoy acostumbrando, paso tras paso y suspiro tras suspiro.El pequeño diario se encuentra entre mis manos quienes lo sostienen contra mi pecho, este se ha vuelto mi mejor amigo y compañero de viajes.
Continuando con la rutina toco la puerta y al esta ser abierta me explico rápidamente. No me deja pasar pero no le reclamo nada. Su voz me atrapa desde que comienza:

"Estaba lista para ir a la universidad, así que al salir de casa caminé por las calles a paso lento pues aún tenía algo de tiempo. En mi caminata me encontré con algunas personas viéndome con asco, así era como todo el mundo me veía. Así era como yo me veía. Era casi una rutina.
Acostumbrada a este tipo de miradas llegué a la entrada de la institución.

Caminaba con los brazos alrededor de mi cintura escondiendo y protegiéndome a mi misma. Oculté mi rostro con el cabello, pues ese día estaba más horrible que de costumbre. No estaba conforme conmigo misma. Nunca lo estuve.

Al entrar a la cafetería que que tenía el campus varias miradas curiosas se posaron sobre mí, como siempre que la puerta era abierta. Al ver de quién se trataba todos regresaron a sus asuntos, aunque yo creía que era porque a nadie le importaba.

No tenía amigos ni alguien con quién hablar pero eso se debía a la horrible persona que yo era y no a mi falta de habilidades para socializar.

¿Quién quería hablarle a alguien como yo? Nadie, la verdad es que ni yo me quería cerca. Era tan estúpida que ni siquiera yo me soportaba.

Me senté en una mesa vacía, no tenía hambre. Por el rabillo del ojo vi a los chicos en la mesa de al lado levantarse e irse riéndose de algo. Seguramente de mí, seguramente se fueron porque yo les provocaba lo que a todo el mundo, asco.

Nunca nadie me había dicho nada pero yo sabía lo que pensaban e incluso murmuraban sobre mí.

Quizá sonó muy egoísta pero yo siempre era el problema, lo malo de todo, esa era yo.

No me gustaba estar sola pero ese era mi castigo por ser quien era. Lo merecía, me correspondía cualquier castigo por el simple hecho de nacer.
Nada podía hacerle.

La gente pasaba sin darme una sola mirada, me ignoraban, me rechazaban, lo hacían casi por instinto. Yo también deseaba poder ignorarme. ¿Por qué no podía hacerlo? Supuse que ese también era un castigo.

Últimamente pensaba mucho en el suicidio pues era la única manera en la que todo sería mejor, pero era tan cobarde que no me atrevía. Lo había intentado, terminé llorando y lamentándome a mi misma.

Nunca haría nada bien, era mi castigo, mi condena, mi destino."

- No creo que debas asumir que nadie te quiere cerca - la observo inclinar la cabeza hacia el suelo, apenada.

- No puedo evitarlo.

- Creo que el problema no es que el mundo te odie, es que tú misma lo haces.

Me alejo de la casa con ella en la entrada y regreso pensando en lo que aprendí hoy. Me duelen los pies de estar parado.

Yo sufro esta agonía con quienes ya lo han hecho. Con quienes ya han sufrido.
Por favor, que la gente abra los ojos.
Ojalá esto sirva de algo.

Con dolor, Russell Adams.

Hola de nuevo.

Se me dificulto un poco escribir este capítulo porque no es mi manera de pensar, además no tenía mucha inspiración. Incluso creo que quedo un poco más corto - si es posible - que los demás.
Espero que lo hayan disfrutado.

Nos leemos pronto.
Ximena LA.

Agonías de un adolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora