Capítulo 1

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ELÍZABETH

La gran puerta de metal se abre con un chirrido y entro en el cementerio. El cielo está nublado, y las primeras gotas han empezado a caer.

Camino entre las lápidas clavadas en la tierra, y de repente me siento fuera de lugar al comparar mi pequeño ramo de margaritas con los grandes jardines que hay aquí. Pero eran las favoritas de mamá, así que no las cambiaría por nada.

Me paro frente a una piedra mal puesta en la hierba, y leo las palabras grabada en ella.

Rebecca Turner

1969-2017

Dejo la margaritas sobre la tierra mojada y me arrodillo junto a la tumba. Froto un trocito de hierba que se ha quedado pegada a la inscripción, y guardo las manos en los bolsillos de mi viejo abrigo.

Las lágrimas llenan mis ojos antes de que pueda darme cuenta. Hace una semana, mamá estaba bien. Ahora está a cinco metros bajo tierra.

Cuando entré en su habitación y el doctor Collins me dijo que se había ido, una parte de mí también se fue con ella. Corrí hasta su cama sin importarme tirar a alguna enfermera o romper algo del blanco cuarto. Un único pensamiento ocupaba mi mente.

<<Mamá se ha ido...>>.

Agarro un puñado de tierra y la tiro lo más lejos posible mientras lloro con más fuerza.

<<...se ha ido...>>.

Las gotas de agua se mezclan con mis lágrimas, una combinación de dulce y salado, y me dificultan la visión. La lluvia ha ahuyentado a todos los visitantes, dejando sólo a un viejo jardinero que recoge unas hojas caídas del suelo.

Quiero gritarle. Decirle que deje de hacerlo, que mañana volverán a estar ahí y que sólo está malgastando su tiempo, pero lo único que sale de mi garganta es un balbuceo de palabras sin sentido y gritos llenos de desesperación.

<<...y no va a volver>>.

Me levanto y miro hacia todos lados. Tengo que salir de aquí. Este sitio me está ahogando, y las palabras grabadas en la lápida sólo hacen que me hunda más y más.

Vuelvo a cruzar por segunda vez la gran verja oxidada por el tiempo, y abandono el cementerio. Intento calmarme, pero consigo el resultado contrario. Una mujer a mi lado aparta a un niño pequeño de mí, y me mira con repulsión antes de cruzar la calle y perderse en la tormenta.

Siempre pasa lo mismo. La gente desaparece en cuanto yo piso una sala, y ahora más porque hace días que no me ducho. No podemos pagar la factura del agua.

Camino sola, viendo cómo unos niños juegan en la lluvia, a un hombre  que corre con unos papeles cubriéndole la cabeza, y a una pareja besándose frente a un portal. Trago saliva y aparto la mirada.

Cuando llego al bloque de apartamentos en el que vivo me he tranquilizado del todo. Estoy calada hasta los huesos, y esta es la mejor ropa que tengo. Papá me va a echar la bronca en cuanto me vea.

Subo las escaleras hasta el tercer piso y saco las llaves con las manos temblorosas. Ojalá le haya ido bien hoy en el trabajo.

Abro la puerta y un tufo a alcohol me inunda las fosas nasales. Trato de aguantar la bilis, y pongo el cerrojo a la puerta.

-¿Elízabeth?- me llega su voz desde el salón-. ¿Eres tú?

Me quito el abrigo y lo dejo sobre el perchero de la entrada.

-Sí, soy yo- susurro entrando en el salón.

La imagen de mi padre es siempre la misma. Tirado en el sofá, con una cerveza en una mano y el mando de la tele en la otra. Barba de varios días, ojos rojizos y mirada perdida.

364 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora