National Anthem

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Estábamos en una gran habitación sobre como diez pisos más arriba del nivel del suelo, entonces ya imaginaran el número de escaleras de las que se compone él edificio, las cuáles tuve que subir en tacones.

El edificio constaba de un gran loft con una alberca, y ventanales en lugar de paredes, por lo que se podían ver las estrellas y la luna, el piso era de madera tipo caoba, hermosas luces de hilillo colgaban de las ventanas en forma de ondas, una pequeña saliente estaba junto a la piscina donde habia dos sillones blancos, con una pequeña mesita de cristal en el medio, y sobre ella, rosas.
Velas decoraban parte del loft encedidas con un aroma delicioso y suave.

El loft solo tenia la alberca, una angosta puerta donde supongo es el baño, una pequeña cocina a la derecha y una habitación a la izquierda, las luces tenue del hilillo le daban un toque romantico al ambiente.

-Pasa, siéntete como en casa.- Guillermo se deshizo de su saco colocandolo sobre un perchero.

Quedo solo en la camisa blanca y sus pantalones de vestir, apretandole los músculos de los brazos notablemente.

-Gracias- agradecí en un murmullo.
El sonrojo subio por mis mejillas.

Colgué mi bolsa sobre el perchero y caminé mirando con fascinación el gran loft con olor a frutillas silvestres.

Quien sabe cuanto dinero no manejarán él y su familia.
Aunque era un chico bastante educado y caballeroso,el sueño de cualquier chica, era una suerte que yo tuviera la oportunidad de ser su esposa, y eso me provocaba una gran presión social, de estar y verme perfecta, todas mis amigas que me preguntaban por el, ya que, habíamos sido vistos varías veces por las coloridas calles mexicanas juntos y fuimos portadas por más de una vez en revistas de chismes.

Negué con la cabeza tratando de alejar ese pensamiento de mi cabeza.

-¡Josué!- grito fuertemente Guillermo hacia la cocina, sobresaltandome de mis pensamientos.

Gire violentamente mi cabeza hacia dónde el grito de Guillermo se dirigía y como de película, vi como un hombre de mediana edad salía desde la oscuridad de la cocina, vestido de negro con un mantel amarrado sobre la cintura blanco.

Era un chico como de veintitantos años, las puntas de su cabello eran azules y su cabello desde raíz era rojo, dando un aspecto como si fuese una flama. Su piel era morena clara, tenia cejas pobladas con un pircing sobre la derecha, y un arete en el medio de los poros de la nariz, era de estatura mediana y muy delgado.

-¿Qué pasa, señor Estrada?- dijo el hombre con algo de sarna, haciendo una mueca, colocando ambas manos detrás de su espalda.

-Trae algo de fresas con chocolate, y sirve dos copas de Champú, rapido, que la señorita tiene hambre.- Guillermo se dirijio hasta la saliente de la alberca, sentándose sobre uno de los sillones blancos.-Ven, sientate Emilia.- Dio golpecitos sobre el asiento del sillón, sonriendo.

Josué asintio con la cabeza y camino serenamente hacia la cocina, mientras yo caminaba torpemente hacia los sillones donde se encontraba Guillermo.

-Tú loft es precioso.- dije mientras me sentaba delicadamente, llegando a percibir el olor a cloro de la piscina.

Asintio con la cabeza atentamente.
-Si, sabía que te gustaría, pensé que te agradaría algo más...- hizo un ademán con la mano.- Intimo.

Intimidad. La sola palabra hacia que me sonrojase y sintiera mariposas en el estomago.

-Si...- asentí girando la cabeza mirando como venia Josué con una pequeña charola con un plato de cristal lleno de fresas con chocolate y dos copas de champaña, pensando que, en realidad no estaríamos solos.

CarnivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora