2 PRIMER ENCUENTRO

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Al llegar a la casa, me encierro en la habitación ofuscado,
desorientado. La noche me sorprende antes de sacar alguna
conclusión clara. Cuando calculo que todos se han dormido ya, salgo
de mi cuarto y voy al pasillo de los libros. Enciendo la luz y trato de
encontrar algo que me ayude a razonar mejor. Alcanzo varios
volúmenes, sin saber exactamente lo que busco, y me pongo a
hojearlos en el suelo. Hay obras de sexología, medicina, psicología.
Trato de leer, pero no me concentro. Después de un rato me levanto
y deambulo por la casa; al fin me detengo en la ventana de la sala.
No puedo apartar de mi mente las imágenes impresas que vi.
Regresan una y otra vez. Pero van más allá de un recuerdo grato.
Son más que un estímulo. Me excitaría la belleza de un cuerpo
femenino, pero eso fue un nauseabundo sobreestímulo.
Con la vista perdida a través del cristal abandono la ingenuidad
de una niñez que me impulsaba a confiar en todos.
De pronto me embarga la intensa sensación de estar siendo
observado. Me giro para mirar sobre los hombros y doy un violento
salto al descubrir a mi madre sentada en el sillón de la sala.
—¿Pero qué haces aquí? —Pregunto enfadado por el susto.
—Oí ruidos. Salí y te encontré meditando. No quise molestarte.
Agacho la cara sin acabar de comprender. ¿Qué significaba eso?
¿Ha escuchado mis murmullos? ¿Ha detectado mi desesperación y
tristeza? ¿Por qué penetró furtivamente, sin anunciarse, en mi
espacio de intimidad?—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Como media hora.
—¿Sin hacer ruido? ¿Sin decir nada?
—Quise acompañarte... eso es todo.
No comprendo. Incluso me siento molesto. Más tarde entenderé
que eso es una muestra del verdadero amor: Estar ahí, sin
importunar, apoyar sin forzar, ofrecer energía espiritual sin obligar,
interesarse en el sufrimiento del ser querido pero no intervenir en sus
conclusiones de aprendizaje... (una muestra, por cierto, de cómo
seguramente Dios mismo manifiesta su amor a los hombres).
—Vi que sacaste varios libros. ¿Buscabas algo en especial?
—No, mamá. Mejor dicho si... No sé si contarte...
—Me interesa todo lo que te pasa. Estás viviendo una etapa
difícil.
—¿Por qué supones eso?
—En la adolescencia se descubren muchas cosas. Se aprende a
vivir. Los sentimientos son muy intensos.
Me animo a mirarla. La molestia de haber sido importunado en
mis elucubraciones se va tornando poco a poco gratitud. Realmente
me agrada sentirme amado, ser importante para alguien que está
dispuesto a desvelarse únicamente por hacerme compañía.
—No todas las personas de buen aspecto son decente, ¿verdad?
Ella guarda silencio. Es una mujer preparada. Tiene estudios de
pedagogía y psicología. Tal vez desea escuchar más para darme
después una opinión.
—Fui convencido muy fácilmente por un farsante que se hizo
pasar por profesor de biología.
—¿Convencido de qué?
—Soy un estúpido.
—¿Qué fue lo qué pasó?
—Un hombre... me invitó a subir a su coche. No te enojes, por
favor, sé que hice mal, pero parecía una persona decente... Es
imposible confiar en la palabra de otros, ¿verdad?
Permanece callada esperando que aclare las cosas.—Ninguna editorial, marca o compañía distribuidora avalaba la
impresión de esas revistas.
—¿Qué revistas?
Me da vergüenza describirle a mi madre lo que vi. Mujeres
mostrando groseramente las partes más íntimas de su anatomía,
aparatos extraños usados por ellas para profanarse, cópulas
simultáneas de dos hombres con la misma mujer, de dos mujeres con el
mismo hombre, coito de animales con seres humanos, de niñas con niños.
—¿El hombre que te invitó a su coche era promotor de material
obsceno?
—Sí...
—¿Te hizo algo malo?
—No. Escapé. Pero Mario, un compañero de mi salón, se fue con
él. Se veía muy entusiasmado con el trabajo que le proponía.
—¿Qué trabajo?
—El de actor...
Mi madre tenía la boca abierta. Me observa asustada. Finalmente
respira hondo y asienta muy despacio.
—Es un hecho que existe la pornografía infantil, adolescentes
secuestrados para ser objeto de fornicación, jóvenes atrapados por
bandas de drogadictos y degenerados. También hay falsas agencias
de empleos que solicitan modelos jóvenes para embaucar a las
muchachas y muchachos que acuden y abusar sexualmente de
ellos... Todo eso existe.
—Lo he comprobado.
—Me preocupas, hijo... ¿Qué pasó en el coche de ese hombre?
—Nada. Sólo me mostró algunas cosas. No puedo apartarlas de
mi mente... Sé que son sucias pero me atraen. Me dan asco pero me
gustaría ver más. No entiendo lo que me pasa.
Se pone de pie y camina hacia mí. Al verla acercarse agacho la cara.
—En un naufragio, los sobrevivientes se enfrentan con una
gran tentación —comenta con voz mesurada—: Beber el agua de
mar. Quienes la toman, lejos de mitigar su sed, la acrecientan
terriblemente y mueren mucho más rápido. Lo que ese hombrete ofreció es agua de mar... Y el adolescente es como un náufrago
con sed. En tiendo que algunos descubrimientos llamen
enormemente tu atención, pero debes resistir al llamado insano.
Amárrate al mástil de tu embarcación si es necesario, como lo
describe Homero en la Odisea cuando habla de las letales sirenas
que cantaban atrayendo a los marinos a una muerte segura.
—A Mario le pasó eso. Tomó agua de mar. Se arrojó a los brazos
de las sirenas.
—Sí, pero eso no significa que tú estés a salvo. Volverás a recibir
ofertas.
—Y cuando ocurra no voy a correr; no debo asustarme de todo lo
que veo. Si existe una realidad que yo ignoraba quisiera enfrentarme
a ella y familiarizarme.
Regresa sobre sus pasos y vuelve a tomar asiento en el sillón de
la sala. Me invita con un ademán a que me siente frente a ella.
Obedezco de inmediato.
—Tú sabes que existen serpientes —comenta—. Eso no
significa que debes convivir con ellas. Son traicioneras. Un
domador de circo pasó trece años entrenando a una anaconda.
Parecía tener el control del animal. Se ufanaba de ello. Preparó un
acto que funciono bien, pero una noche, frente al público, en pleno
espectáculo, la serpiente se enredó en el hombre y le hizo crujir
todos los huesos hasta matarlo. Miles de muchachos mueren
asfixiados por una anaconda que creyeron domesticar.
Hay un largo silencio. Recuerdo nuevamente las publicaciones.
—Ahora entiendo por qué ese material no tenía el sello de ningún
productor. Es un delito y los creadores se esconden en el anonimato.
—Si, hijo, pero poco a poco los comerciantes están siendo cada
vez más descarados. El negocio de la pornografía y de los
“juguetes para adultos” reporta utilidades multimillonarias en
todo el mundo. Es como la droga. Los empresarios que están
detrás de esto son capaces de comprar a funcionarios y
conseguir permisos para difundir sus productos. ¿Quién
autorizó que hasta en los puestos de periódicos se venda parte de ese material? ¿Cuál es el límite de lo que pueden vender? Los
promotores de promiscuidad se enriquecen chillando que tienen
derecho a la libertad de expresión y que nadie puede probar que
sus productos sean dañinos, pero es un hecho que millones de
personas son afectadas directa o indirectamente por esa basura.
Cuando la policía registra las pertenencias de los criminales,
siempre se encuentran con que son aficionados a la más baja
pornografía y a todo tipo de perversiones sexuales.
—¿Todos los delincuentes son sexualmente promiscuos?
—Por lo general, sí.
—Mamá... No sé por qué siento tanto temor.
Me incorporo y camino hacia ella para abrazarla. Por un largo rato
no hablamos. Es innecesario. Mi madre no es sólo una proveedora de
alimentos o una supervisora de tareas, es una compañera de vida.
—En la maestría de pedagogía debes de haber leído muy buenos
libros de superación. ¿Podrías recomendarme algunos?
—Claro. Vamos.
Tomo como tesoro en mis manos los cuatro volúmenes que me
sugiere cuando llegamos al pasillo del librero. Regreso a mi cama y
los hojeo. No puedo leer. El alud de ideas contradictorias me impide
concentrarme lo suficiente. A las tres de la mañana apago la luz y
me quedo dormido sin desvestirme sobre la colcha de la cama.

CCS: Miércoles, 20 de marzo.1
Quisiera ser escritor. Como mi abuelo. Escribir es una forma de
desahogarse sanamente cuando la sed nos invita a beber agua de mar.
Uno de los autores que estoy leyendo tiene una empresa que
se llama Conferencistas y Consultores en Superación, y
recomienda, como terapia esencial para el éxito, escribir un diario
que plasme emociones y aprendizaje en orden temporal. Hoy he
comenzado, titulando esta libreta Control Cronológico de
Sentimientos, de manera que coincidiera con las siglas de la
empresa del autor.
1 CCS. La redacción del diario (Control Cronológico de Sentimientos) ha sido modificado por el
autor después de muchos años, pero las ideas y reflexiones son idénticas a las expresadas en los
escritos originales.

~ CCS: significa que es la libreta de José Carlos.~

Tengo mucho que escribir.
En esta etapa tan difícil he recordado una historia que me
contó mi abuelo:
Un hombre cayó prisionero del ejército enemigo. Lo
metieron a una cárcel subterránea en la que descubrió un mundo
oscuro, sucio, lleno de personas enfermas y desalentadas. Poco a
poco se fue dejando vencer por el maltrato hasta que, por azares
del destino, la hija del rey visitó la prisión. Fue tal el desencanto
de la princesa, que suplicó a su padre sacara a esos hombres de
ahí y les diera una vida más digna. El prisionero se enamoró de
ella y, motivado por el sueño de conquistarla, escapó de la cárcel
y desplegó una compleja estrategia para superarse y acercarse a ella.
Quiero pensar que este diario lo escribo para alguien muy
especial.
Mi princesa:
He pensado tanto en ti durante estos días. He vuelto a soñar
contigo de forma insistente y clara. Tengo miedo de que tu amiga
Ariadne se me anticipe y lo eche todo a perder antes de que me
conozcas. Por eso la próxima vez que te vea me acercaré a decirte
que, sin darte cuenta, me has motivado a escapar de mi prisión y
superarme.
Me encuentro sentado en una banca del patio transcribiendo en
mi libreta un poema, cuando la veo a lo lejos.
Algunas veces su rostro se oculta detrás de los transeúntes, otras
se descubre en medio del círculo de amigas, con todo su fulminante
parecido al rostro que me atormenta en sueños. Las manos me suda,
los dedos me tiemblan. La boca se me ha secado casi por completo.
Tengo que acercarme. Lo he prometido. Echo un último vistazo al
poema que copié antes de cerrar mi libreta.
Yo no sé quién eres
ni como te llamas;
no sé si eres buena,
humana y piadosa,
o eres como todas,
como tantas otras,
Insensible y falsa.
Te conozco apenas,
a través del velo
de mis esperanzas.
Ignoro tu vida,
tus glorias pasadas
y las ilusiones
que para mañana
hilvana tu mente.
Y hasta tu mirada
me es desconocida,
porque no he tenido
la suerte de verte
de cerca a la cara.
Sé que puedo amarte,
porque me haces falta
y estar a tu lado
cuando tú lo quieras,
y para tu historia
¡ser todo o ser nada!
no obstante que ignoro
quién eres,
cómo eres...
y cómo te llamas.

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