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CCS: Miercoles, 16 de octubre.
Papá llegó furioso del trabajo.
Fue a la delegación de policía a preguntar cómo iba la
pesquisa y se enteró de que el comandante Tomás Benítez fue
dado de baja de la corporación hace tres años.
—¿Cómo es posible? —gritaba colérico—. Ayer estuvimos a
punto de darle dinero para que implementara un operativo de
seguridad. Es un vividor. Un ladrón. ¡Quería tomarnos el pelo...!
Mi padre es de carácter fuerte, pero pocas veces lo he visto tan
alterado. Durante toda la cena no paró de injuriar al timador expolicía.
Dijo que México es un gran país. Una nación extraordinaria, llena de grandes tradiciones y valores. Aseguró que los mexicanos
somos hombres trabajadores, leales y de enorme calidad humana,
pero la corrupción se ha infiltrado en nuestros sistemas. Hay que
acabar con la mentira, los fraudes y los robos...
Después se calmó un poco y filosofó respecto al doblez del
ser humano. Me impresionó todo lo que dijo. Por eso en cuanto
terminamos de cenar vine inmediatamente a mi habitación para
escribirlo. No quiero olvidarlo jamás:
La carrera de leyes se especializa en detectar mentiras.
Quien comete ilícitos siempre lo niega, la carga legal exige al
inculpado demostrar que se ha mentido en contra de él. Los
hombres, viven envueltos en mecanismos para defenderse de
la mentira de otros. La política y diplomacia son las ciencias
de la hipocresía. Si la gente fuera veraz no habría falta contratos,
finanzas, juicios, garantías, letras, pagarés, actas...Todo documento
serio está firmado por varios testigos, respaldado por
identificaciones personales, avalado por leyes que protegen contra
el incumplimiento y garantizado por penas convencionales.
La personalidad del ser humano tiene tres niveles. El
primero de ellos es la APARIENCIA. Para conocerla basta
con ver a la persona, observar su vestimenta, su peinado, su
forma de hablar y de conducirse. Es fácil mentir en este nivel.
El segundo nivel de la personalidad son las ACTITUDES.
Para conocerlas, se necesita platicar con la persona, saber qué
piensa de su familia, de su trabajo, de sus amigos, saber si es
positiva o negativa, constructiva, dañina o traicionera...
También en este nivel se puede mentir.
El tercer nivel de la personalidad son los VOLARES
INTRÍNSECOS. Para conocerlos, no es suficiente conversar
con la persona... hay que vivir con ella. Sólo quienes conviven
a diario con nosotros y nos ven reaccionar en todo tipo de
circunstancias saben cuáles son nuestros valores vertebrales.
En este perímetro ya no es posible mentir. Todo es
transparente. Todo sale a la luz Mi padre aseguró que Tomás Benítez nos engañó fácilmente
con su apariencia (a mí me ha ocurrido lo mismo con otras
personas). Su actitud, sin embargo, cuando hablamos con el
despertó en nosotros cierta desconfianza, pero el sujeto jamás
podrá engañar ni a su esposa ni a sus hijos, pues el valor
intrínseco de la gente se revela en su más profunda intimidad:
en sus prácticas sexuales, en la forma en que se gana la vida,
en la manera de tratar a sus seres queridos, en sus hábitos
privados... Sólo en la vida secreta se desenmascara al moralista
hipócrita o se descubre al verdadero hombre de bien.

Suena el timbre para salir de la escuela. Tengo enormes deseos de
ver a Ariadne Anhelo conversar con ella. Siento por la pecosa un
aprecio muy especial, como si la conociera de toda la vida. Así que
voy en su busca. Me dirijo al aula 19. Subo corriendo las escaleras y
al llegar al pasillo la vio. Está sola, recargada frente a la puerta,
esperando a alguien. Me mira y sonríe con alegría.
—¡Hey! ¡Qué gusto verte! —se acerca resplandeciente, a grandes
pasos—. Me dijo que hablaste con ella, pero se rehúsa a contarme
nada, tal parece —hace una carantoña y alza el brazo— que has hecho
todo un tour de force. La has dejado perfectamente en nock-out.
—Ah, ¿de verdad?
—¡De verdad! Conozco a Sheccid y sé cuando empieza a trastabillar.
—Entiendo —en realidad no entiendo nada.
Percibo una sigilosa presencia a mi lado izquierdo. La
confidencia ha terminado antes de comenzar. Sheccid llega hasta
nosotros mecánicamente, como si hubiese sabido que yo iba a estar
con su amiga. Casi de inmediato se nos une la joven delgada y
larguirucha junto a la que Ariadne se sentó en el festival.
—Te presento a Camelia.
—Mucho gusto —la saludo desganado.
Comenzamos a caminar y ellas a discutir otros asuntos. Las oigo
departir y sin embargo no las escucho. Bajamos las escaleras.
—El nuevo profesor de matemáticas es demasiado exigente —
opina Camelia.
—Sí, todo lo contrario del joven “barco” que te pasaba con diez a
cambio de una sonrisa coqueta —remata Ariadne.
Ríen, mi amiga pecosa se ve feliz y Sheccid un poco abstraída.
Aguzo mis sentidos cuando la escucho hablar.
—Ya no se trata del mismo novato figurín ahora hay que estudiar
duro. Creo que iré a comprar el libro que nos encargó.
—Trigonometría y geometría plana —supone Ariadne con
locución gangosa.
—Exacto. No voy a arriesgarme a bajar de nivel por no decidirme
a comprarlo. Iré esta tarde a la librería.
—Que bueno —dice Camelia—, me solucionas el problema; si te
doy el dinero, ¿podrás comprar uno más para mí?
—No me digas; eso sí que no. Tú me acompañarás, ¿o quién lo hará?
—Yo no puedo esta tarde.
Salimos de la escuela y empiezo a interesarme en la charla. Sheccid
habla con mucha seriedad. La oigo decir que sus padres no estarán y que
ella necesita ir por el libro. Pero Camelia no puede... Entonces
Ariadne... Oh, lo lamenta pero tiene un compromiso... ¿Y ahora qué
va a hacer? A ella no le gustaría ir sola en autobús hasta allá.
Hay un largo silencio cortante, repentino. Ariadne me da un leve
codazo. Me pongo tenso. Puedo solucionar su problema, pues tengo
el libro y sería fácil prestárselo, pero, ¿es lo más conveniente?
Ariadne vuelve a hacerme una seña para que aproveche la oportunidad
—Yo, Sheccid... yo podría acompañarte —finjo animarme—.
Podríamos ir a la librería juntos. También necesito compara un libro
y tenía planeado hacerlo esta semana —mis palabras se mecen en el
aire. Nadie habla. Ella titubea, dando la impresión de desear encontrarse en
cualquier otro lugar—. ¿Qué dices? —insisto—. Podemos vernos aquí en
la escuela y tomar, en el camino, un delicioso helado de chocolate.
—Este... Tal vez vaya —responde con expresión inquieta—, tal
vez no esta tarde.
Pero su anterior insistencia se hace presente.
—Vamos, Sheccid —dice Ariadne dándole un golpecito—,
anímate. Yo en tu lugar iría. Te lo aseguro; siempre que fuera con un
acompañante como éste... —arquea las cejas—. ¿Verdad que
también lo harías, Camelia? —Camelia se despeja la garganta
cohibida—. ¿Lo ves? —prosigue Ariadne—. Ella iría encantada y tú
también, ¿eh, Sheccid?
—Pues... —se interrumpe y adivino lo que hará. Es obvio, una
excusa más y librarse del compromiso, lo espero y casi lo deseo
cabardemente. ¿Iría con ese acompañante? Mi princesa sonríe un
una mezcla de dulzura y malicia—. Pues claro que sí —contesta al
fin—, no me vendría mal un helado de chocolate si tengo que ir por
el libro.
Ariadne irrumpe en aplausos. Camelia la imita. Yo no creo haber
escuchado bien. ¿Aceptó? Eso parece. El escándalo de las amigas
ratifica lo que mis oídos no se atreven a creer.
—¿Te parece si nos vemos aquí mismo —sugiero—, a las cuatro
y media?
—Sí. Pero qué tal si mejor nos vemos en la parada de autobuses
de la esquina.
—De acuerdo —le extiendo la mano para despedirme y miro
luego a Ariadne (eres increíble, ¡adorable!)
Comienzo a alejarme.
—¡A las cuatro y media, no lo olvides! —grita Ariadne como si
yo fuese capaz de olvidar una cita como ésa.

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⏰ Última actualización: May 06, 2017 ⏰

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