7 ARIADNE

1.7K 10 1
                                    

Me quedo mudo. Ella aguarda. Me es imposible hallar la forma
de comenzar.
—Eres muy extraño... ¿Qué es exactamente lo que quieres? —me
dice al percatarse de que no me atrevo a hablar.
—No pretendo molestarte.
—De acuerdo, pero, ¿qué deseas entonces?
—Estoy desesperado por tantos malos entendidos. Es injusto,
Ariadne. Como también es injusto lo que te hicieron a ti en el
laboratorio de química...
No aparta de mí la vista. Empieza a mostrarse interesada pero aún
cautelosa.
—¿Qué sabes tú?
—El ayudante del maestro me platicó todo. A mí también me fue
mal. Por estar distraído, pensando en ti, el profesor me expulsó de la
clase. Tengo tanto temor de que puedas malinterpretar esto que voy
a decirte...
—Adelante.
Me armo de valor. Saco la lente de la bolsa y se la muestro.
—¿Pero qué es esto? —pregunta al reconocer la pieza.
—Mi padre me compró un microscopio profesional usado. Hace
rato escapé de la escuela por la reja trasera y fui a casa para traerte la
lente.
Se la entrego. Ella la recibe con verdadero asombro.
—No lo puedo creer... —estudia el objetivo de vidrio y encuentra
que, en efecto, está en perfecto estado—. ¿Tienes idea de lo que esto
significa para mí?
—Sí... —sonrío ligeramente al detectar que el gesto de la chica
cambia—. Se lo puedes entregar al profesor del laboratorio antes de
la hora de salida y te levantará el castigo.
—Pe... pero... —la joven vuelve a mirar el objetivo con la boca
abierta—. Dejaste inservible el aparato que te regaló tu papá.
Además ¿sabes a lo que te arriesgaste? Si te hubieran sorprendido
saltando la reja, hubiésemos sido dos los severamente castigados...
No te entiendo. ¿Por qué lo hiciste?
—Es lo menos que puedo hacer por ti. Tú me salvaste la vida.
—¿Yo? ¿Cuándo? ¿Estás bromeando?
—No. Literalmente me habían secuestrado cuando me
conociste... en aquel automóvil rojo...
La joven me mira con semblante impresionado.
—Sigue.
—No te percataste, pero pude escapar gracias a que abriste la
puerta antes de echar a correr. El otro compañero, que estaba en el
auto antes de que yo subiera, fue quien te persiguió. Creo que
cometió un grave error. Huyó con aquel tipo. Desde entonces nadie
sabe dónde está.
Ariadne tarda varios segundos en organizar sus ideas antes de
comentar con voz casi inaudible:
—Entonces fue como lo imaginé. Pero —entrecierra un poco los
ojos en gesto de desconfianza—, me sentí muy confundida cuando
semanas después, ocurrió lo de aquel coche negro que se acercó por
detrás de nosotras para...
—Siempre he sido un relegado por mis compañeros —confieso—
, trataba de adaptarme a ellos. Cuando protesté por lo que habían
hecho, me arrojaron a la calle.
—Casi te matan. Me consta.
Levanto el cabello de mi frente para mostrarle la cicatriz.
Me dieron tres puntadas. —Aunque, pensándolo bien —dice sonriendo—, todo fue muy
divertido.
Tomo un insecto extraño del suelo, le doy un pequeño golpe para
hacerlo correr por la palma de mi mano, pero éste extiende sus alas y
se eleva. Entonces comento con voz baja:
—Honestamente, sinceramente, quiero que seas mi amiga.
La chica me mira a los ojos en silencio. Quizá ni ella misma sabe
el motivo de sentirse de pronto desarmada.
—No quiero malinterpretar las cosas, así que explícame. Todos
saben que estás enamorado de... —señala con un gesto a Sheccid—.
¿Deseas que te ayude a acercarte a ella?
—No precisamente. Pero, ¿cómo te explicare? Dice Osacar Wilde
que la diferencia entre un amor verdadero y un simple capricho es
que este último es más intenso y duradero. Me gustaría, sí, que me
ayudaras a conocerla mejor para acabar con el capricho.
Ariadne levanta la pierna izquierda dando totalmente la espalda a
la larguirucha.
—¿Por dónde comenzamos?
La autopista a Querétaro está despejada. El reloj apunta a las siete
de la noche y mi hermanito me sigue pedaleando con ligereza. Se
vislumbra una enorme pendiente. Acciono el desviador para cambiar
a un piñón mayor y abro paso al pequeño de siete años indicándole
que debe empuñarse de la parte inferior del manubrio. Su figura en
la bicicleta es atrayente. Tiene un buen estilo y llama la atención al
pasar. Mi padre nos escolta con el coche, sacando por la ventana una
bandera roja.
—¡ARRANCA YA! —le grito a mi hermano—. ¡ACELERA TODO!
Está por terminar su entrenamiento y el pequeño embala con
asombrosa soltura. Doscientos metros adelante pone fin a su práctica
haciendo patinar las llantas sobre el pavimento mojado.
Oscurece con demasiada rapidez. En el cielo se dibujan algunas
nubes que muestran una amenaza de lluvia atroz.
—¿Continúas?
—Sí papá. Hasta Lechería por la autopista.
Sigo pedaleando con entusiasmo. Lo bello del ciclismo es que
puedo recordar los detalles del día mientras entreno.
Cuando Ariadne se mostró dispuesta a tenderme su mano de
amiga y ayudarme a conocer a su compañera, le pregunté:
—¿Cómo se llama?
—Sheccid... —aseguró soltando una afable risa infantil.
—No lo tomes a juego, por favor.
—¡Así se llama! Todos en el salón el decimos así ahora y
francamente creo que a ella le fascina.
—Siempre fui muy solitario —comenté—, hasta que la conocí a
ella. Ocurrió un cambio muy profundo en mi vida al darme cuenta
de la intensidad con la que podía necesitar a alguien. Comencé a
declamar para que se percatara de mi existencia.
—Pero la declamación te ha hecho muy popular en el colegio.
Decenas de chicas aceptarían, con los ojos cerrados, ser tu novias.
—Me da exactamente lo mismo.
—Es a Sheccid a quien quieres...
No era una pregunta y la frase flotó en el aire con toda su
irrefutable verdad.
—Y también a ti.
—¡Ah! ¿De modo que aspiras a formar un harén?
Reímos. Observé detenidamente a la joven por primera vez. Se
veía hermosa. Como muñeca de juguete con cárieles a los lados,
pecas, mejillas sonrosadas y enormes ojos redondos.
—Háblame de ella.
—¿Qué quieres que te diga?
—Todo. Todo lo que sepas. ¿Quién es en realidad?
—La “Sheccid” de tus sueños debe de ser muy especial, pero
francamente no sé si coincida con la que tienes sentada al frente.
Necesitas conocerla personalmente. Yo sólo puedo decirte que es
muy inteligente, posee ideas bien definidas, asombrosamente claras  acertadas. Buen humor; ¡si sólo la conocieras! Es imposible estar a
su lado sin reír; además, físicamente... tú debes saberlo mejor que yo.
—Es extraordinaria —susurré pensativo—. Oye, un joven alto de
nariz aguileña y pelo rapado como militar, ¿quién es?
—¿Samuel? —rió—. No te preocupes por él. Es su hermano.
Preocúpate por el que está platicando con ella ahora. Se llama
Adolfo. Está muy insistente por conquistarla y a ella le gusta, debe
de gustarle. A todas nos gusta. No hay una sola de nosotras que no
opine que Adolfo es hermoso.
—¿Hermoso? —pregunté sin poder evitar un gesto de repugnancia.
—Si sólo fuera un poco más romántico y varonil —aclaró—.
Creo que debes empezar a actuar, aparecer en la vida de ella cuanto
antes, no sea que se deje engatusar por ese soberbio sin saber que
alguien como tú la quiere...
Me sentí alegre al recordar la similitud de ese comentario conel
cuento del abuelo.
—Eres adorable, Ariadne.
—Si te tardas yo voy a aparecer coqueteando en tu vida.
—¿Juegas con todo?
Posó una mono en mi brazo.
—Quiero devolverte el enorme favor que has hecho por mí hoy.
Estoy siempre cerca de ella y podré informarte de sus pensamientos,
de sus emociones, con la condición de que te acerques a ella ya,
¡mañana mismo! Háblale. Dile lo que sientes. No tienes por qué
seguir esperando más.
Por mi mente cruzó la idea de que esa chica pecosa de ojos
enormes y cara de muñeca también valía mucho.
—Gracias amiga...
—Y con respecto a lo de tu harén... Si decides algún día formarlo
no te olvides de llamarme...
Me limité a observarla. Me inundó un cariño espontáneo y
verdadero hacia ella. Le tomé una mano y deposité un suave beso en
su mejilla.
Pedaleo cada vez con más rapidez, motivado por los recuerdos.

La Fuerza De Sheccid Donde viven las historias. Descúbrelo ahora