Prólogo

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La noche estaba siendo tranquila. Incluso el viento, que había azotado sin piedad el páramo durante semanas, había decidido guardar silencio. El río, que discurría junto a las ruinas de la ciudad, se había convertido en un espejo para la Luna a causa del frío del invierno. El paisaje parecía una de esas pinturas que colgaban los altos mandos en sus despachos para aparentar ser más cultos que sus subordinados.

Desde lo alto de la Torre de Vigilancia, unos ojos contemplaban el lienzo con atención, sin prisa, disfrutando con cada detalle, aprovechando la quietud, el silencio, como si fuera su primera vez. 

La Torre era como un mástil clavado en la tierra, un edificio hueco que se elevaba cuarenta metros por encima de la superficie que permitía a quien deambulara por su pasarela ver todo lo que ocurriera a decénas de kilómetros de distancia. Los maquinistas solían referirse a ella como el Faro de Atenea. 

El silencio se rompió con el oxidado sonido de la escotilla al abrirse.

—¿Sargento Lundberg? Se presenta el soldado Jelinek —dijo resollando el recién llegado. Subir 70 metros de escaleras de mano con traje de protección y máscara anti-gas era duro hasta para los más veteranos—. Su guardia ha terminado, señor.

—Primero, haga el favor de recuperar el aliento. No vaya a desmayarse.

—Gracias, señor... Quiero decir, señora.

—Descanse y déjese de formalismos, soldado.

Mientras el soldado Jelinek cerraba la escotilla en el interior de la torre, la sargento Lundberg lamentaba lo rápido que había acabado aquel turno mientras dejaba su rifle apoyado en la pared.

—¿Sargento Lundberg? ¿Señora?

—Lena. Me llamo Lena Lundberg. Ni sargento, ni señor, ni señora. Mi jornada ya ha terminado, así que soy una civil. Haga el favor de llamarme por mi nombre, soldado. Y ya puestos ¿Cuál es el suyo, soldado Jelinek?

—Arno, señora. Arno Jelinek.

—Si vuelves a llamarme "señora", Arno, vas a bajar las escaleras de la torre sin brazos. ¿Entendido?

—No volverá a ocurrir, señ... Lena.

—Más te vale.

Lena abandonó la pasarela para redactar su informe de vigilancia en el interior de la torre. Informe que consistía en dar testimonio de cómo no había ocurrido absolutamente nada durante su turno. Para ser exactos, cómo seguían sin aparecer ninguno de los trenes de mercancías, uno con origen Colonia Artemisa que tendría que haber llegado el día anterior, y otro de Colonia Helena con dos días de retraso... Si a eso añadía los temblores de tierra registrados durante los últimos días y que la semana anterior, un equipo de reconocimiento había desaparecido en los túneles que llevan al Búnker 072, no le era de extrañar que fuera necesario que alguien de su rango se encargase de vigilar que el sol saliese por el horizonte, aunque supiese a ciencia cierta que esa no era la razón por la que tenía que ser ella. Esa misma idea hizo que levantase la cabeza al tiempo que sentía un escalofrío.

—¿Te has presentado voluntario o has cabreado a algún pez gordo? —preguntó al soldado que aún no había salido de la torre.

—He sido asignado por el teniendo Olafson, señora —dijo echándose las manos a la boca como si pudiese silenciar su error.

Al oír aquello, la sargento Lundberg se irguió, apretó los dientes, cerró los ojos y contó hasta cinco para soltar el aire. Mientras lo hacía, decidió darlo por imposible.

—¿Alguna vez has visto el amanecer?

—No, se... —un inesperado ataque de tos interrumpió a Arno—. Es mi primera vez en la superficie. Yo sólo...

Colonia AteneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora