El explorador llevaba una hora tumbado en el puesto de caza. Una hora de aburrimiento. No había nada que cazar. Hacía algo más de un mes que un explorador llegó al Búnker con una zarigüeya bajo el brazo, pero el Regidor se empeñaba en que alguien saliese cada día a cazar. Mientras sus compañeros recorrían las ruinas, talaban árboles o revisaban las huertas, él tenía que estar tirado buscando algo que el Regidor pudiese comer mientras decidía el futuro de sus súbditos.
Hacía un mes que había pasado de estar explorando una vieja nave industrial llena de piezas y repuesto para las vagonetas, a estar husmeando los excrementos resecos de un perro. Hacía un mes que fue llamado al Búnker. Hacía un mes que el "Gran Jefe" lo había citado en su despacho.
—¿Joel, verdad? —preguntó el Regidor sin esperar respuesta, sin levantarse de su trono ni tenderle la mano—. Desde hace un tiempo parece que estamos teniendo un pequeño problema y el señor Greywood me ha dicho que eres el mejor explorador que tenemos y por tanto la persona más indicada para su solución.
—¿El señor Greywood? —respondió sobresaltado ante el silencio. Estaba embobado con tanta blancura. Aquel despacho estaba más limpio, ordenado y desinfectado que cualquier chabola de la Ratonera. Aquel despacho era mucho más grande que la furgoneta desmontada en la que él vivía. En aquel despacho cabía su furgoneta y el resto de "viviendas" de sus compañeros. Y lo peor de todo: aquel despacho sólo era un despacho.
—Elmer Greywood. Tu jefe, cuarenta y pocos, moreno, bajito, ceño fruncido, voz de motor diésel...
—¡Ah, el viejo Elmo! Si, si, mi jefe, jejeje. Greywood. ¿En qué estaría pensando?
—Si, ese. Cómo iba diciendo, tenemos un problema. Hace semanas que ningún explorador trae una pieza de caza. No sé si me estás entendiendo.
—Claro, señor Lextor. Creo que nadie a cazado nada desde hace dos semanas... Pero lo cierto es que nadie a visto presas a las que cazar.
—Vaya. ¿Y a qué piensas que es debido?
—Bueno, no soy un experto en la materia, pero dando por hecho que ningún cazador se ha quedado ciego estos días, supongo que es porque no hay animales cerca del Búnker...
—¿Y se debe a...?
—Por experiencia, cuando los "carroñeros" visitamos dos o tres días seguidos la misma zona, los animales tienden a huir de allí. Supongo que, si siempre cazamos en la misma zona, es decir, cerca del montacargas, los animales podrían haber intuido que no es una zona segura y haber huido.
—¿Y han llegado a esa conclusión después de cuánto? ¿20 años?
—¿Quizá los cazadores no se han alejado lo suficiente? —contestó a la desesperada. El tono de voz del Regidor lo irritaba más que las malas hierbas.
—¿Entonces me estás diciendo que los cazadores tendrían que cazar más lejos?
—Sería lo lógico, si no fuera porque los cazadores, al igual que cualquier otro ser humano, sólo podrían alejarse unos pocos kilómetros antes de tener que regresar para cambiar el filtro de su máscara de gas.
—¿Y un único cazador con varios filtros? ¿A qué distancia podría llegar?
—Ni idea. Los "carroñeros", con un filtro, solemos andar unos cinco o seis kilómetros para llegar al pueblo más cercano, y luego uno o dos más sólo rastreando... Los cazadores suelen andar algo menos porque están bastantes horas apostados...
—Creo que no me has entendido bien... —aquella frase, pronunciada con aquel tono de superioridad, con aquellos ojos grises apuntando en Joel, sólo podía entenderse de una forma.
ESTÁS LEYENDO
Colonia Atenea
Science FictionLa gente de Bunker 172 lleva una vida tranquila, pobre y subterranea, hasta la llegada del último tren procedente de Colonia Atenea. Un tren que traerá la incertidumbre, el miedo, la discordia y la muerte. Tras la Última Guerra la humanidad ha queda...