«¿Dónde estoy?» se preguntó el chico en la oscuridad.
Hacía un calor agobiante y notaba algo que tapaba sus ojos. Trató de alzar sus manos para palparlo, pero no pudo. Estaba tumbado e inmovilizado en algún lugar.
«¿Dónde estoy?» se repitió. «¿Qué está sucediendo? ¿Por qué no puedo moverme?» comenzó a agitarse y a tensar sus ataduras.
—¡Tranquilo, muchacho! —dijo una voz amiga—. Estas a salvo. ¿De acuerdo? No te va a pasar nada. Tienes una herida muy fea en el rostro y no debes moverte ni tocarla. Por eso te he atado. Ahora descansa.
—¿Pero qué está ocurriendo? —preguntó a la desesperada con voz tembloroso.
—Un desastre, muchacho. Ahora no puedo estar contigo. Me necesita más gente. Descansa. ¿De acuerdo?
La voz no esperó a la respuesta, el chico sabía que ya no estaba allí. Trató de relajarse, de acomodarse en dónde quisiera que estuviera.
El calor que lo rodeaba era asfixiante. El aire estaba cargado de olores: humo, centenares de materiales diferentes ardiendo, combustible de tren, tierra mojada, sudor, sangre.
Desde su posición oía todo tipo de gemidos y lamentos; oía a gente llorando, gritando y maldiciendo; oía cómo corrían a lo lejos, cómo caminaban con más delicadeza a su lado, cómo arrastraban a alguien y lo depositaban como un peso muerto a pocos metros de él.
—¡Joder, ten más cuidado! —regañó una voz de mujer—. Que ya tiene bastante con lo suyo como para que lo dejes peor...
—¡Lo siento! —trató de disculparse una joven—. Pero míralo. Que parece que lo ha matado. ¡Sólo estaba tratando de ayudar!
—¡Tranquilízate de una vez! Sólo le ha dejado inconsciente. Tiene pulso y todo lo necesario para seguir respirando. Ve a buscar a alguien y que te den hielo para la hinchazón. O al menos que digan dónde podrás encontrarlo en este caos.
—Si, si, voy.
El chico escuchó cómo entre tropezones la joven se marchaba. Incluso a lo lejos podía oír como suplicaba por el hielo.
—¿Sasha? —preguntó titubeante—. ¿Sasha, eres tú?
Sin verla sintió cómo la mujer se erguía y le miraba. De algún modo sintió que eso la angustiaba.
—¡Oh, Dios mío! ¿Franz, eres tú? ¿Estás bien? ¿Qué tienes en la cara?
El chico no contestó, tenía los dientes apretados tratando de recordar con todas sus fuerzas.
«Estaba en el mercado. Estaba con Viktor. Estábamos hablando. ¿Qué es lo que me preguntaba? Da igual... Algo nos interrumpió y él se quedó mirando a la estación. Habíamos oído el tren...». De pronto su mente quedó en blanco, algo le estaba abrasando la cara, justo bajo el vendaje. Ordenó a sus manos que se lanzaran a su cara a rascarle, a calmarle, a tocarle, pero sus manos seguían inmovilizadas y no era capaz de soltarlas por más fuerza que hiciera. No era sólo la cara, el dolor lo consumía bajo la piel, cada músculo, hasta cerebro, taladrándole el cráneo. Franz se arqueaba de sufrimiento, tensando cada articulación, forzando sus ataduras. Cuando su mandíbula dejaba de hacer fuerza era para dejar escapar un grito de agonía. El ruido que antes flotaba a su alrededor quedó sepultado por el dolor. No era capaz de oír la llamada de auxilio de Sasha, las palabras que pronunció Veca para intentar calmarle, la voz que susurró "esto te ayudará con el dolor"... Sólo sintió una ligera presión en su pierna, algo que fluyó directo a su torrente sanguíneo, algo que no apagó el fuego que lo quemaba por dentro, sino que arrancó la sensación de ardor de su cerebro.
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Colonia Atenea
Science FictionLa gente de Bunker 172 lleva una vida tranquila, pobre y subterranea, hasta la llegada del último tren procedente de Colonia Atenea. Un tren que traerá la incertidumbre, el miedo, la discordia y la muerte. Tras la Última Guerra la humanidad ha queda...