1: Harriet y Raley

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Jay

— ¡Qué asco! —dije quitándome la camisa.

—Esta cosa huele muy raro —añadió Carly.

— ¿Me puedes pasar una camisa? Por favor —pregunté a Carly, sin dejar de darle la espalda.

—De acuerdo, pero no voltees, aún sigo quitándome esa baba apestosa.

—Claro, lo que menos quiero ahora, es verte usando sostén. Con una cosa horrible tuve suficiente —dije entre carcajadas.

Carly me arrojó una de las almohadas a la cabeza, luego de arrojarme la camisa, no paraba de reír, hasta que sentí ese raro olor en mis manos, era simplemente vomitivo, no importaba que la abuela lo haya descrito como ‹‹olor raro››, en su libro, ya que en verdad me estaba provocando algunas nauseas.

Me puse la camisa rápidamente, tenía un olor al detergente de lavanda que mamá siempre utilizaba para lavar la ropa; inhalé profundamente el olor de mi camisa, ante de que vomitará. Carly, ya estaba vestida, me di vuelta observándola con una blusa blanca, con el dibujo de una mariposa con ojos saltones, que por más que traté, no me dejaba contener la risa, al recordar cuando ella vomito en una montaña rusa, usando esa misma blusa.

—No menciones lo que estás pensando —amenazó.

—Yo no he dicho nada —comenté.

—Eso espero —dijo, poniéndose gel antibacterial en las manos, mucho gel—. Solo nos resta saber que vamos a hacer ahora.

— ¿A qué te refieres? —pregunté, tomando el tubo de gel.

Ella me observó fulminante, con su mirada de enfado, mezclada con estrés. Me encantaba hacerla enojar, mi hermanita era muy graciosa cuando se enojaba.

—Sabes muy bien a que me refiero —dijo con seriedad—. Acabamos de descubrir el mayor secreto de nuestra madre, y por si no fuera poco, ¡dos dragones bebes nacieron en nuestras manos! —exclamó.

— ¿Y? —Contesté tallándome manos y antebrazos con el gel—. No es nuestra responsabilidad cuidarlos. Además... creo que la abuela se hará cargo de ellos —comenté—, solo ve a Andy, es un bebe dragón. A la abuela le encanta, por eso escribió su libro.

La puerta se abrió en ese preciso instante, la abuela entró cargando a los dos bebes en sus brazos, y, aunque la combinación de colores gris y negro en sus cuerpos era genial, no me hacían querer cuidarlos. La abuela los dejó sobre la cama, a un lado de nuestra maleta, ambos comenzaron a olfatear la ropa humedecida con la baba transparente.

—Creo que quemaré esa camisa —pensé.

—Y bien... ¿Ya se les ocurrió algún nombre para estos dos? —preguntó la abuela.

Carly, iba a decir algo pero sus nervios la hicieron quedarse muda solo haciendo un ruido que salía de su garganta. El no haber conocido a nuestra abuela hasta ahora, le hacía difícil decir una mala noticia, por suerte, yo nunca tuve dificultades para decir la verdad, o retorcerla.

—Abuela... nosotros... —dije planeando cada palabra—, en realidad no podemos cuidar de esos... "bebes" —hice una pausa analizando su expresión—. No somos muy responsables. Una vez tuvimos una pecera a los cinco años, y se fracturó una semana después. Con veinte peces dentro.

— ¡Oh! ¿En verdad? Es triste escuchar eso Jay.

—Sí. La verdad es que nosotros no creemos ser capaces de cuidarlos, por ello Carly y yo, queríamos preguntarte ¿podrías cuidarlos por nosotros? —pregunté, lo más convincente que pude.

Secreto II: Nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora