3: interludio #1

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Jay

— ¿Listo pequeña? —pregunté al observar como lamia el plato.

—Claro, pero aun quiero helado —contestó, antes de acercarse para lamerme el rostro.

— ¡Harriet, hueles a barbacoa! —Carcajeé—, eres una traviesa, deja de...

Ella me arrojó al suelo, donde continuó lamiéndome el rostro.

—No dejaré de hacerlo hasta que me des helado —dijo, haciendo una pausa.

—De acuerdo, conseguiré más helado —contesté cubriendo mi rostro con mis manos. Me levanté del suelo—. Lo conseguiré... cuando por fin puedas volar.

Mi comentario era para animarla, pero en lugar de eso, solo logré que mi niña, bajara las orejas al igual que la mirada, llena de tristeza. Iban tres intervenciones en su ala izquierda desde hace siete años, y aun no podía moverla para nada.

— ¿Harriet...? —Dije levantando su cabeza, con mi mano en su mandíbula inferior—. No fue mi intención hacerte sentir mal, te compraré helado en la tarde. Es una promesa.

Lagrimas se deslizaron por su rostro.

—No estoy triste por eso —respondió—, nunca podré volar —dijo llorando—, el tío Drake vuela, el tío Andy también, Raley puede... yo soy la única que no puede hacerlo —observó su costado izquierdo—, y la verdad no creo que jamás pueda.

Me dolió verla llorar de esa forma, mi dragoncita añoraba poder mover ambas alas, había aprendido a volar meses antes de aquel accidente, ahora, no podía ni extender su ala izquierda; comprendía muy bien su dolor, perdió algo importante para ella, al igual que yo perdí algo que era más que valioso, era lo que me completaba, y sin ella me sentía solo, triste, pero eso no se comparaba a lo que Raley sentía por ella, nunca volvió a ser el mismo dragón juguetón y enérgico. Prefería la soledad, no mostraba ninguna otra emoción que no fuera tristeza, y todos los días pasaba horas hablándole a pesar de que ella no le respondía.

—Harriet... no te sientas mal —dije abrazándola—. Sé que algún día sanarás, Dante logrará hacerlo, y cuando te des cuenta podrás lo hermoso que es allá arriba.

— ¿Pero cuando? —preguntó.

—Todo a su debido tiempo. Tardamos meses en nacer, años en vivir, y poco tiempo en morir, pero lo único que hay que hacer, es disfrutar la vida —hice una pausa, ella alzó la vista y me observó directo a los ojos—, y créeme, no importa cuánto tratemos de cambiar el pasado, no podemos

—Porque lo que nos vuelve quienes somos... son las experiencias que vivimos, las personas que conocemos, y los sentimientos que tuvimos —añadió Harriet—. El poema de la tía Carly, siempre me gustó —comentó mientras le secaba las lágrimas.

—Sí, a mí también —comenté con una lágrima saliendo de mi ojo—. Ella lo hizo para una clase en la escuela, y... en vez de ser un ensayo, terminó siendo un poema —carcajeé.

—Te quiero papito —dijo al levantarse sobre sus patas traseras, usando las delanteras para abrazarme.

Era pesada, mucho, pero toleraría aquel peso con tal de hacer que ella se sintiese mejor, cuando su abrazo terminó, asentó las patas delanteras sobre el pasto, ella ahora estaba más alegre.

—Hija, deberías entrar al granero y ver la televisión con Lidia —ordené con una voz calmada—, tengo que ir a buscar a tu hermano para que coma algo.

—Claro papi. ¿Pronto regresará la abuela Chloe? —Preguntó—, quiero estar con ella.

—Bueno, partieron antes de que jugáramos a las atrapadas, tu tía Lena tendrá a su cuarto bebe, y ella, junto con tus tíos y la abuela Carrie quisieron estar allí cuando pasara.

Harriet entró al Granero, luego cerré la puerta detrás de ella, cambiando mi ceño de alegría por uno más triste, recordar al lugar al que iba por Raley era muy estresante a nivel emocional, a pesar de ser un jardín repleto de rosas blancas que parecían nunca marchitarse, era un lugar bello y triste. Caminé por el sendero detrás del granero, estaba cercado, y cables estaban sujetos a los arboles con bombillas blancas cada par de metros. Seis metros más adelante veía la entrada al jardín, el claro de treinta metros parecía pequeño desde esta distancia, pero una vez allí era enorme.

Al entrar, los soportes de los rosales estaban desbordantes de flores blancas, siempre florecientes a pesar de todo, el lugar parecía calmar cualquier cosa, pero con mis emociones ese efecto no se lograba; al final del claro estaba Raley, acurrucado cerca de ella, podía escucharlo hablarle con una voz triste y algo carente de volumen.

—Mami, te quiero mucho —decía decaído.

Un nudo se me formó en la garganta, tan grande que no pude dejar salir ninguna palabra, o por lo menos, un sonido. Caminé lentamente sobre la hierba que estaba algo crecida, llegaba un poco más allá de los talones, la brisa sopló llenando mis fosas nasales con el perfume de las rosas. Raley me vio y escuchó, pero no se inmutó en lo más mínimo, seguía triste, llorando, junto a la lápida de su madre.

—Carly —dije sintiendo que la lágrima quería hacer su aparición.

Ver su lugar de descanso me resultaba muy difícil, ella era mi hermanita, y me sentía algo culpable por no estar con ella cuando murió.

—Raley... —dije pensando en que decir—, ¿cómo te sientes? —pregunté sin tener idea de que otra cosa hacer.

—Triste —contestó de manera fría y distante—. Extraño a mi mami —sollozó.

Él, estaba acurrucado junto a la lápida, mientras sus lágrimas caían al suelo. Él intentaba evitar hacer contacto visual conmigo, a pesar de haberlo criado desde hace siete años, no le agradaba tenerme cerca, ya que yo le recordaba a su madre.

—Raley, dejé algo de comida para ti afuera del granero —dije—. Ve a comer, y a jugar con tu hermana, ella aún sigue teniendo energía —acerqué mi mano para acariciar su cabeza, pero él simplemente la apartó al sentir mi mano.

—De acuerdo —contestó al levantarse—. Hasta luego mami —dijo despidiéndose de Carly, lamió el grabado con su nombre en la lápida antes de irse a paso lento.

Lo vi irse, pero en vez de hacerle compañía me quedé, para luego arrodillarme y llorar, como cada vez que visitaba a mi hermanita, lloraba sin cesar durante un par de minutos, le decía lo mucho que la extrañaba y le decía todo lo que ella significaba para mí, para mamá, y antes de irme, recitaba su poema completo como una despedida.

— Tardamos meses en nacer, años en vivir, y poco tiempo en morir, pero lo único que hay que hacer, es disfrutar la vida, porque lo que nos vuelve quienes somos, no es lo material, la riqueza, la fama o el dinero. Es algo más allá de nosotros, algo intangible que solo se encuentra en el corazón. Lo que nos vuelve lo que somos... son las experiencias que vivimos, las personas que conocemos, y los sentimientos que tuvimos —dije, llorando sin alterar el ritmo original del poema con mis sollozos—. Carly, te extraño.

Secreto II: Nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora