4: Sorpresilla nocturna

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Jay

Ha pasado dos semanas desde nuestra llegada a Dar Lake, todo era como siempre en cierta forma, salvo por un minúsculo detalle, cada mañana desde que empecé a ser menos cruel con Harriet, debía levantarme al sentir los tirones que ella daba a mi camisa, ahora teníamos la habitación de huéspedes para nosotros, con camas separadas, y diferente color de paredes a ambos lados; el mí era de color gris y negro, y el lado de Carly color azul celeste, no era muy buena combinación, pero... a ambos nos gustaba.

Eran las cuatro am, entonces los tirones a mi camisa comenzaron, Harriet estaba hambrienta —otra vez—, estaba cansado como nunca antes, toda la mañana habíamos cambiado las cosas de la habitación de la abuela, al granero, donde habían convertido el segundo piso en una gran habitación con plomería, aire acondicionado, internet y televisión. Según ella, lo estaba preparando para cuando Andy creciera más de la cuenta y ella se mudaría allí para hacerle compañía.

No tenía ganas de mover un solo musculo, los brazos me dolían al igual que las piernas, mis músculos prácticamente lloraron a través de mi piel. De un instante para otro un fuerte tirón a mis sabanas me dejó en el suelo, había sido demasiado fuerte como para haber sido Harriet quien lo hiciera.

—Ve a darle de comer a esa pequeña —dijo Carly adormilada al regresar a su cama.

—Eso dolió.

—No me importa, Harriet no me deja dormir y mañana voy a la pastelería de la madre de Jodie —dijo después de taparse ella junto con Raley.

Harriet comenzó a hacer esos extraños chillidos por la desesperación, mientras trataba de ignorar el dolor muscular.

—Ya, deja de hacer tanto ruido —ordené antes de bostezar, y estirar los brazos, provocando el crujir de mis huesos.

— ¡Demonios, ya sácala de aquí! —dijo Carly enfadada.

—Sí, ya cálmate gruñona —dije al cargar a Harriet, mientras ella movía sus alas al mismo tiempo que su corto cuello para intentar llegar a mi rostro, quería darme unos lengüetazos.

Salí de la habitación, todavía con la mitad del cerebro dormido, caminaba al estilo zombi con Harriet en mis brazos, tratando de despertar para no caer por las escaleras otra vez. Pisé cada uno de los escalones al bajar con mucho cuidado, la dragoncita se quedó quieta mientras hacía esto, lo cual era un milagro, ella nunca se mantenía inmóvil a menos que estuviese exhausta, o durmiendo.

Llegué a la cocina sin romper nada en el camino, repetí la rutina de refrigerador, microondas, biberón en boca de Harriet y luego escaleras arriba, pero los últimos dos pasos no pude llegar a realizarlos, ya que Harriet no quería el biberón, ella al parecer quería ir afuera, no dejaba de observar a través de la puerta corrediza, algo le estaba diciendo que saliera, aunque podría querer ir al baño, aunque eso lo hacía en una caja de arena que puse en la habitación, por pereza de levantarme a media noche.

—Voy dejar que salgas, pero iré contigo —le dije, observando sus ojos brillantes—. Por favor no trates de escapar.

Antes de abrir la puerta, busqué una linterna en las gavetas y cajones de toda la cocina, para mi suerte hallé una de color rojo, que tenía baterías nuevas. Abrí un poco la puerta, entonces Harriet salió disparada corriendo sobre el pasto mientras trataba de alcanzarla, corriendo descalzo sobre el pasto con gotas de roció sobre las briznas. Encendí la linterna, al ir corriendo cuando vi que Harriet entraba al bosque, iba a perderse.

— ¡Harriet espera! —grité entrando a la maleza.

Pisé hojas, ramas, raíces, todo lastimándome la planta de los pies; la oscuridad del bosque era tan profunda que la linterna no me ayudaba en nada, no veía a Harriet, solo podía escuchar sus movimientos, siguiéndolos a gran velocidad. En verdad pesé que ella se iba a perder, no me importaba mucho, pero si no la hallaba moriría en cuestión de días.

Secreto II: Nueva vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora