Capítulo 8: La batalla en Norte

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El trote de la criatura le hizo vomitar una y otra vez, había momentos en los que abría los ojos, seguía viendo borroso y no oía nada bien. Podía apreciar colores, como el pelaje morado de la montura, y el suelo iba cambiando por cada bioma avanzado.

De nuevo se durmió y reposó durante un día entero. Hubieron momentos concretos que ella recordaba, recordó las veces que el rescatador (o secuestrador) le despertaba de vez en cuando para darle de beber; también recuerda que aquella noche sentía un olisqueo en el oído mientras yacía en el saco de dormir enfrente de la hoguera donde acamparon, recordó que era un huargo que le saboreaba la sudorosa cara, hasta que el hombre saltó de las llamas para asustar al pretendiente. Desde ese entonces, su mente estaba más aclarada y sus pensamientos eran más ordenados, también supo que al momento él se acostó a su lado; espalda con espalda, y ella frente al fuego rodeada de ojos rojos en su área del pequeño campamento.

A la mañana siguiente, Sylvinn se despertó consciente, pero le seguía doliendo la cabeza, teniendo una sensación de resaca. Estaba sola, rodeada de rocas y en medio de un desierto.

En la Tierra Media, sólo existe un longevo y delgado desierto que divide el mundo de Norte con Sur. Ella era experta en geografía y biología, y supo enseguida dónde estaba al ver su entorno: las rocas deflagradas, y el famoso cementerio de champiñones gigantes que tenía a su alrededor era típico de la zona más oeste del desierto de Tanaaris.

Supuso que el hombre la quería llevar al puerto más al oeste del desierto, sino, ¿para qué le querría llevar a este insólito lugar?

Cuando despertó, ella estaba tumbada bajo la sombra de uno de los champiñones inclinado, muerto pero erguido. Tenía un color marrón oscuro y la superficie era de color carne por el sol agostador. Además, se sentía demasiado cómoda, como si hubiese dormido sobre un cojín.

Haciéndose la dormida, buscó con su mano aquello que tan cómodo le era, para identificarlo. Cuando tocó algo puntiagudo, grande y duro, se asustó. En seguida quiso levantarse poco a poco, al escuchar una especie de gruñido se apresuró, no quería despertar a aquello que sobre lo que dormía.

Ella, a cuatro patas, se desplazó unos metros hacia adelante, y a una distancia medianamente más segura se levantó y se giró.

No era nada extraño, ni tampoco fue un hombre... era un felino. Un tigre dientes de sable morado, era domesticado pues ahora mismo estaría descuartizada y en su estómago. Y no, no eran gruñidos, eran ronroneos muy graves, y aquello duro y puntiagudo era su largo colmillo.

La última vez que vio uno fue en el torneo, no lograba recordar quién era el dueño ni su nombre. Suele pasarle, lo que no le da importancia lo olvida enseguida o a la mañana siguiente.

Del fondo ve a un hombre saltando y gritando algo, ella no lo entendía, pero su cara le sonaba.

- ¡Pùcho! ¡Pùcho! ¡¡PÙCHO!! - gritaba el hombre.

De repente, el tigre, alto y musculoso, fue a toda velocidad a por su amo saltando por encima de Sylvinn, ya que ella estaba en su camino.

Cuando estuvieron juntos, la mascota y el amo, Sylvinn vio cómo el dueño le regañaba a su compañero de aventuras. Al parecer hizo algo que estuvo mal anoche.

- ¿¡Por qué me dejaste ahí solo durmiendo en el campamento, Pùcho?! Te llevaste a la dama a un lugar más cálido y ni me despertaste, ¿Te das cuenta de la gravedad del asunto? ¡Esos huargos hambrientos casi me devoran mientras dormía!

El tigre dientes de sable lo entendía todo a la perfección, pero como felino que es, empezó a lamerle la mano y a restregarse contra él. Lo siente, pero tampoco quería demostrar ser débil exigiendo su perdón, llevaban ya muchos años conviviendo como para entre ellos sepan que ya es suficiente de lamentaciones.

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⏰ Última actualización: Jul 06, 2018 ⏰

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Sergio, y la AgoníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora