El Cuentista

5 1 0
                                    

     La veo como corre hacia el lugar donde me encuentro, llamándome, aunque no conozca mi nombre en realidad.

De hecho, tampoco conozco el suyo, es una persona a la que sólo he visto una vez en mi vida, y acaba de ser hace unos instantes, en la cafetería de la que acabo de salir.

Me encontraba, hace unas 9 horas aproximadamente, sentado en una de las mesas, sin hacer nada en específico, pues sólo estaba allí para perder el tiempo.

Mucho tiempo.

Hace unos días que me dedico simplemente a esto, perder mi tiempo y sin objetivos fijos en la vida. Soy un vagabundo que siempre tiene un hogar al que volver, aunque en realidad no quiera volver.

Y es que ahora... Yo ya no escribo cuentos. Era escritor, o eso creía. Mi madre solía decirme que era muy bueno, y que algún día llegaría muy alto con esfuerzo y dedicación, pero nunca llegué a nada... Como muchos, soy sólo un sueño típico frustrado y pisoteado por las vueltas de una putrefacta vida. Qué depresivo, la historia perfecta para la historia de una carta de suicidio.

Ya no tacho los días en un calendario, esperando que llegue el momento de leer alguna mala reseña, aunque siempre con la esperanza de que sea buena, de alguno de mis últimos cuentos, pero, como siempre, acabo destrozado al leer que son considerados "bazofia y entretenimiento para niños", pues no lo son...

Cada vez se me repite aquél sueño, camino, sólo por el bosque, curiosamente, no es de noche, como cualquier sueño de terror, más bien, es de día, el momento en el que ves los peores demonios de la vida. En fin, camino, sólo, tarareando una canción que no conozco, hasta que, de repente, todo se cierra al rededor mío, y poco a poco siento como me hundo y ahogo en una cárcel hecha de árboles, que vierten sus hojas sobre mí.

Es un sueño que recurre a mí desde que tenía 9 años, y siempre lograba, y logra, que despierte sobresaltado, pidiendo ayuda y con los ojos entumecidos y un fuerte nudo en la garganta. Antes estaba mi madre para consolarme y hacerme saber que era sólo un sueño, producto de una fuerte imaginación, pero ahora, estoy solo, y el sueño no se ha vuelto más que una realidad.

Y antes estaba mi madre. La única razón por la que no me sentía sólo ni desamparado, la única por la que en verdad continuaba con una vida, se podría decir, decente. Más hace unos meses que ella ha muerto, y nada la traerá de vuelta. A veces, el sueño de la cárcel es sustituido por uno peor, uno en el que observo la muerte de mi madre sin poder hacer absolutamente nada, sentado a su lado en la habitación del hospital mientras se ahogaba en tos. De ese sueño jamás consigo despertarme rápido.

Por ello voy siempre a esa cafetería, pues ella me traía aquí de pequeño a tomar el desayuno, y a escuchar historias. Luego, tomé el hábito de venir aquí a escribir, pues las mejores historias aquí venían a mi mente. Pero ya no escribo, y ya no llevo ninguna hoja o papel para escribir.

Sólo me siento a observar a las personas que entran y salen en el transcurso del día, sentado en mi mesa favorita, y pidiendo de vez en vez algún café y un sándwich. Y pienso, en mi madre, sumido en una depresión constante y aburrida. Pero no siempre en ello, pues muchas veces logro pensar en algo, que aunque también es triste, no me afecta en demasía.

Mi última relación terminó de manera abrupta, como si cayeras de unas pendiente en picada sin ningún punto de apoyo. Un día desperté, y sin nota ni nada, la única mujer a la que me había atrevido a amar, se había ido para siempre. La busqué con los vecinos, ninguno la vio salir. Busqué por la casa algún posible escondite, pero ni en las rejillas de ventilación la encontré. Esperé que volviera a casa, pero nunca llegó. Solo, se había ido, y yo había quedado abandonado otra vez, sumido en una miseria de la que no era conocedor. Así, prometí no volver a entregar mi corazón, y creí que permanecería sólo.

Curiosos relatos inconclusosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora