La Puerta

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     Abro la puerta negra.

     Al asomar mi cabeza, noto cómo mis oídos retumban.

     La brisa fría de la noche golpea suavemente mi rostro, mientras observo a ambos lados de la calle.

     Vacía. La calle está muerta, no hay ni un alma a la vista. Pero entonces, ¿quién tocó?

     Vuelvo a entrar, enojado, y cierro pasando el pestillo. Seguro debió ser algún gracioso, aunque me sorprende que sigan en la calle a las 2:30 am. Deben estar muy drogados, o borrachos.

     Me dirijo con tranquilidad a la sala, a seguir lo que hacía al momento en que en la puerta sonaron 3 estruendosos golpes, llamando mi atención a que abriera. Me deslizo en el sofá, vuelvo a poner el sonido a la televisión.

      Están pasando un programa aburrido sobre los osos pandas. No me interesa en lo absoluto, así que empiezo a pasar canal tras canal, monótono, sin ver ni buscar nada en específico realmente, mientras noto cómo el sueño empieza a abrazarme, y mis párpados se sienten más pesados...

     Doy un respingo y caigo del sofá al volver a escuchar 4 estruendosos golpes en la puerta. Me levanto, soltando una cantidad bastante alarmante de improperios. Me dirijo, con largas zancadas y una mirada severa hacia la puerta.

     Saco el pestillo y abro de un tirón, acto seguido salgo al porche y miro de nuevo a ambos lados de la calle. Vacía. Me da un escalofrío al sentir el frío aire de la noche rozar mi cuerpo, noto cómo mis pelos se ponen de punta. Sin embargo, no volveré a entrar sin ver quién es el rufián que toca la puerta.

     -¡Muéstrate, cobarde!, Da la cara y veremos si eres tan gracioso. -Le digo en voz bastante alta a nadie en específico, y espero una respuesta.

     Nada.

     Le doy una última mirada a la calle antes de volver a introducirme en la casa. Hoy el viento está especialmente frío, y noto como mis huesos se estaban helando. Cierro de un portazo, y vuelvo a pasar el pestillo. La rabia se está apoderando de mí.

     Decido respirar hondo y calmarme, así que me dirijo a la cocina... Y justo antes de llegar, la maldita puerta vuelve a sonar. Me paro en seco, y tomo una pícara decisión. No abriré a la primera, ni a la segunda, pues esperaré a una tercera, y tampoco abriré, sino que me asomaré por la ventana. Descubriré de cualquier manera quién ha tomado esta noche para molestarme.

     La segunda tocada tarda exactamente 1 minuto en llegar, y me muevo rápido y en silencio hacia la ventana. Espero paciente, justo cuando, 1 minuto después, suena una tercera. Me asomo a la ventana con velocidad, mirando fijamente hacia el umbral de la puerta, y no puedo evitar fruncir el ceño instantáneamente. No hay nadie allí parado, y la puerta sigue sonando. Noto como un escalofrío sube por mi columna vertebral hasta acabar en mi cuello, me estremezco y vuelvo a introducir la cabeza en el hogar.

     Me paso una mano por la cara y por el cabello, con mucho estrés. Si nadie tocaba a la puerta, entonces... ¿Por qué suenan esos golpes tan estruendosos?  Un escalofrío recorre mi cuerpo, y entiendo perfectamente el por qué de esta reacción en mi cuerpo. Rápidamente hago esfumar los pensamientos sombríos que ocupaban mi mente.

     -Esas cosas no existen. -Me digo a mi mismo, en voz baja, casi un susurro, como si alguien pudiese escucharme.- Sólo necesitas quitarte este estrés, es todo, unas copas y a dormir.

     Camino fingiendo total tranquilidad a un público invisible, en dirección de la cocina. Llego calmado, abro un gabinete y saco, inconscientemente, dos copas de vidrio. Reparo en mi tonto error y guardo una.

Curiosos relatos inconclusosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora