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—Tienes que ir a su casa y gritarle que la amas, a las chicas les gusta eso.
—¿Y que su padre me pegue un tiro? No gracias.

Después de una semana Chris y yo nos habíamos vuelto inseparables, ninguno sabía como explicarlo pero parecía que nuestra relación había sido predestinada, él estaba vacío de una manera completamente distinta a la mía, sufría, mucho, podía notarlo en cada cosa que hacía.

Su madre había muerto cuando el tenía seis años y no recordaba mucho de ella, y su padre en vez de volcar su atención en su hijo lo hizo en el trabajo convirtiéndose en el dueño de uno de los periódicos más importantes del país. Chris tenía mucho dinero, pero estaba tan vacío como yo lo estaba.

—No lo hará si lo haces bien— dijo ese día, estábamos en el club, y él había bebido de más. Tenía una mirada extraña.
—¿Y cómo es eso?

Se quedó callado, mirando el vacío. Y de pronto se echó a llorar.
Nunca lo había hecho antes y al principio no sabía que hacer. Me senté junto a él y pasé mi brazo por sus hombros atrayéndolo hacia mí, nos quedamos así durante un largo rato hasta que se aparto avergonzado.

—Lo siento, no era mi intención ponerte en tan vergonzosa situación.

Ni siquiera en ese momento dejó de hablar de forma tan correcta.

—No seas ridículo, ¿para qué son los amigos, entonces?

Chris sólo sonrió.

El Chico Que Quería Saltar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora