2

81 9 1
                                    

Su voz me llegó flotando, era tranquila, como el ronroneo de un gato.

—¿Por qué estás ahí parado?

Me giré lentamente y la miré. Era menuda. Pequeña. Llevaba el cabello suelto y el viento lo arrastraba lejos de su rostro por lo que parecía una bandera ondeando detrás de ella. Sus ojos eran grandes y castaños y me miraban con genuina curiosidad.

—Creo que es bastante obvia la razón por la que estoy aquí.
—No para mí. Conozco a un chico que saltó del techo de su casa porque creía que podía volar. No pudo, por cierto— añadió por si acaso.
—¿Crees que soy tan estúpido para creer que voy a volar si me arrojó de aquí?
—Las drogas hicieron que ese chico lo creyera. Y bueno, tienes los ojos rojos.
—No estoy drogado.
—Pues te aseguro que si saltas, volaras.
—¿Y cómo es eso?
—Cuando tu cabeza se aplaste contra el suelo, tu alma saldrá volando al cielo.

Me reí sin ganas.

—No creo en el cielo. Y si lo hiciera seguramente iría al infierno. El suicidio es pecado.

Inexplicablemente me sonrió. Y su sonrisa era hermosa, perfecta, confiada, astuta. De inmediato amé esa sonrisa. Se subió conmigo y miró hacia abajo.

—¿Qué sucede con esos idiotas?— dijo señalando a la multitud congregada allá abajo. Mientras la gran mayoría me gritaba que no lo hiciera, otros me retaban a saltar. No los escuchaba, claro, pero lo sabía por la manera en que gesticulaban.
—Supongo que sólo están sacando toda su mezquindad— dije tratando de encontrar la manera de hacer que bajará de ahí.
—¡Tomen esto bastardos!— gritó mostrándole al mundo el dedo del medio.
—No pueden verte.
—Eso no importa realmente, que importa es que lo hagas— se giró y de pronto me tomó de la mano y nos hizo caer a la seguridad del techo.
—¿Por qué has hecho eso?— dije molesto.
—Porque te quiero y no estoy lista a dejarte ir.
—No puedes quererme. No me conoces. Nunca me habías visto hasta ahora. ¡No sabes nada de mí!— estaba comenzando a perder el control. Nunca nadie me había dicho que me quería y eso me descolocó un poco.
—Cierto. Vámonos de aquí, tomemos un café y hablemos. Y así podré decirte que te quiero.

La miré atónito.

—Vamos. Estabas a punto de saltar al vacío, ¿qué tienes que perder?

Le di la razón.

El Chico Que Quería Saltar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora