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Sophia murió un jueves por la tarde.

Fue un día soleado y hermoso. Con nubes blancas y esponjadas. El cielo estaba más azul que otros días y no había ningún rastro de sucia niebla.
No pudo haber sido un día más perfecto para que ella se fuera.

Ella murió en mis brazos.

Su cuerpo apenas pesaba. Y su mano aferraba la mía con fuerza, levantó la mirada y me miró con ojos brillantes.

—Prométeme que no harás nada estúpido— dijo con voz estrangulada.
—¿Cómo qué?
—Como lo que hiciste el día que te conocí. No lo hagas. Por favor, no lo hagas.
—No lo haré
—Promételo.
—Sophia...
—Hazlo
—Lo prometo.
—Gracias. Te amo. Demasiado. Hoy y siempre.

Eso fue lo último que dijo. Sus últimas palabras antes de irse, entre mis brazos.

El día del funeral llovió. Las nubes negras ocultaban el cielo y las gotas se agua se sentían como pequeños proyectiles. Era como si los ángeles llorarán por la muerte de Sophia.

El Chico Que Quería Saltar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora