5

65 6 2
                                    

Tenía miedo de moverme.

Los sonidos eran tenues como si estuvieran a millas de dónde yo me encontraba, aunque sabía que sólo estaban a unos metros.

La lluvia se había detenido al igual que el terrible viento pero tenía más frío que antes. La niebla se metía entre mi ropa, húmeda, casi viscosa y pegajosa. No podía ver nada más que una pared gris y eso me ponía nervioso.

De pronto sentí una  mano posarse sobre mi hombro.

Grité dando un salto hacia atrás golpeándome contra la pared. Y miré aterrado al monstruo.

Aunque, por supuesto, no era un monstruo.

El chico quería reírse con tantas ganas que se había puesto casi morado.

—Hazme un favor y sólo ríete— dije.

El chico lo hizo doblándose en dos, la risa salió libre fuera de él inundando la gris prisión. Me miró con los ojos llorosos.

—Lo siento, pero hubieras visto tu cara.
—Bueno, me alegra haberte hecho reír— repliqué con sarcasmo.
—Soy Christian.
—Alexander.
—Un placer. Aterrador ¿no es cierto? Me recuerda al libro de Stephen King. ¿Lo has leído?
—Vi la película. ¿Eso cuenta?
—No.

Me reí. No sólo por la respuesta sino por la manera en que lo dijo, con el rostro completamente serio, como si me estuviera regañando.

—Mira, se está retirando.

Era cierto. A mi alrededor la niebla comenzaba a  disiparse, se movía con igual rapidez alejándose de nosotros, lista para nuevas víctimas.

—¿Tienes tiempo?
—¿Para qué?
—Para algo que me quite esta sensación pegajosa de la piel.

Sonreí, al parecer no era el único que se sentía sucio después de un rato en medio de la niebla.
Miré mi reloj. Eran las ocho de la mañana en punto.

—Claro. ¿Qué tienes en mente?
—Ya veré cuando lleguemos.

Me llevó a un club privado.
Por supuesto que sabía que el chico era alguien importante, llevaba un traje azul marino hecho a la medida y sus zapatos eran a claramente costosos, el resto de su vestimenta parecía ser de buena calidad, aunque no tenía manera de saberlo.

—Bienvenido señor Gray.
—Gracias Tom, no te preocupes viene conmigo

El hombre llamado Tom me miró con velado desprecio y sentí la tentación de golpearlo, Christian lo notó y me tomó del brazo antes de que pudiera hacer algo. Me llevó hasta una mesa y me obligó a sentarme.

—Lo siento por eso, Tom es un completo snob.
—Pude verlo— sonreí al recordar su nombre—. Así que Christian Grey ¿eh?
—Oh no, tú no por favor.
—¿Piensas convertirme en tu esclavo sexual o algo así?
—En primer lugar mi apellido se escribe con "a" como el de Dorian Gray y no con "e" como el de ese libro y en segundo, he tenido demasiadas bromas al respecto.
—Puedes demandar a la autora.
—Imposible— dijo simplemente y me miró de tal manera que no seguí insistiendo.

Y así conocí a Christian Gray.

Mi mejor amigo, sin fetiches sexuales de ningún tipo, o al menos que yo supiera.

Y si lo agrego a la historia es porque él fue quien me ayudó a recuperar a Sophia.

Y el único que estuvo ahí para mí cuando más lo necesite.

El Chico Que Quería Saltar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora