Capítulo 1. Las rosas no lo arreglarán.

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Bajé las escaleras de la casa de mi madre y padrastro y me senté encima de la mesa de la cocina. Había pasado un mes exacto desde la muerte de Claire y me sentía el culpable de todo lo sucedido. Desde entonces, mi carácter había cambiado, ya casi nunca reía y apenas sonreía. Tampoco conseguía descansar, siempre que lo intentaba, el recuerdo de Claire siendo embestida por el coche me venía a la mente. Ninguna de las clases de psicología me había servido aún, decían que iba mejorando, pero yo me sentía igual de destrozado y de culpable. Mis padres estaban de lo más preocupados por mí y no despegaban el ojo de todo lo que hacía y dejaba de hacer. Abigail, mi hermana mayor, bajó y se sentó en una silla frente de mí. Me miró con una dulce sonrisa y me tendió una cajita de galletas.

-Come, te irá bien. -Susurró con cariño.

-No tengo hambre.

-Luke, por favor...

-¡Te digo que no tengo hambre! -Le grité. Ella me miró preocupada y yo dejé ir un largo suspiro para sacar toda mi tensión. -Lo siento.

Bajé de un salto de la mesa y me encaminé hacia la puerta. Paul, mi padrastro, me cogió de la muñeca y me dio la vuelta para mirarlo.

-¿Dónde vas? -Preguntó con el ceño fruncido. -Es sábado.

Miré por encima de su hombro y vi a mi madre mirarme con preocupación. Fijé en ella mi mirada y mascullé:

-Solo salgo a pasear.

-¿Estás bien? -Insistió Paul.

-Perfectamente.

Me deshice de su agarre bruscamente y salí por la puerta. Caminé durante un buen rato. Un rato en el que el recuerdo de Claire no dejaba de torturarme constantemente. Traté de distraerme buscando a los pájaros que entonaban una bonita canción, pero lo relacionaba con Claire pensando que ella nunca más podría ver ni oír aquello. También traté de descansar bajo la sombra de un árbol, pero tampoco pude, la cara de Claire aparecía ante mí constantemente. Acerqué mis piernas a mí y escondí el rostro.

-¿Cómo no pude hacer nada? -Me pregunté a mi mismo entre sollozos. -La maté. -Me recordé por milésima vez en tan solo esa semana.

-¿Te encuentras bien? -Escuché la voz de una chica joven. Alcé la mirada y tardé unos segundos en verla por culpa de las lágrimas. Tenía los ojos marrones avellana y llevaba el pelo recogido en una alta coleta. Era moreno y rizado con unas hondas casi perfectas. Vestía con una gruesa chaqueta abierta y unos pantalones largos un poco rotos.

-Sí. -Respondí con la voz un poco ronca.

-No suena muy convincente. -Se rio ella.

-No te preocupes.

-¿Cómo te llamas?

-Luke Evans. -Mascullé. -¿Y tú?

-Elizabeth y ya está. -Sonrió ella. -Los amigos me llaman Eli. ¿Tú tienes algún diminutivo? –Me extrañó que no me quisiera decir su apellido.

Genial, gracias Elizabeth, gracias por hacerme recordar el único diminutivo que tenía: "Lucky".

-No. -Me limité a responder con la voz quebrada. No pude evitar que me salieran un par de lágrimas. Ella me paso un dedo por las mejillas y volvió a sonreír.

-Nada es tan malo para estar así, Luke.

-Tú no sabes nada.

-Entonces explícamelo.

Me quedé en silencio sin apartar la mirada de ella. Parecía decirlo en serio. Quería que le explicara que soy una especie de asesino indirecto. Carraspeé y negué con la cabeza. Ella volvió a insistir y al final me di por vencido. Le expliqué toda la historia y, cuando acabé, volví a esconder mi rostro entre las piernas sintiéndome de nuevo un maldito cobarde por no haberla ayudado.

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