Esa mañana había nevado. Ya habían pasado tres meses exactos desde la muerte de Claire. No puedo decir que ya estaba mejor, no sería correcto, yo diría que ya estaba menos destrozado. Más de una vez, Mark y sus “amiguitos” (que luego hablaban mal de él) venían a hacerme la vida imposible. Cerré la ventana de mi habitación, desde la cual observaba el blanco paisaje y me encaminé escaleras abajo. Ese día me tocaba irme a casa de mi padre. Ya había pasado tres meses a casa de mi madre. Según el acuerdo de mis padres, yo y Abigail pasaríamos tres meses a casa de uno de los dos y luego cambiaríamos, para ser justos. Pero yo encontraba que eso era un mareo innecesario. ¿Por qué no podría ser como antes? Todos juntos, en una casa grande, con Ada (nuestra pequeña perrita raza Beagle) y viviendo una vida como una familia feliz. Lo sé, eso suena muy “cursi” pero realmente era lo que deseaba.
-Hola. –Saludé entre bostezos entrando a la cocina. Abigail me miró y luego sonrió levemente.
-Hola.
-Buenos días, cielo. –Dijo mi madre dándome un beso en la mejilla.
Le habría dicho algo como: “¿Un beso de buenos días? Genial, aunque no creo que sea un buen día, como no lo ha sido desde hace mucho”, pero me callé y me senté en una silla delante de la mesa de la cocina. Sabía que si decía eso, me cogerían a la fuerza y me llevarían al psicólogo. “No puedes decir estas cosas, Luke, eso es que infravaloras tu vida, y eso es un problema grave” es lo que diría mi madre, estoy seguro. ¿Que cómo lo sé? Bueno, experiencias. Escondí mi rostro entre mis brazos y dejé ir un gruñido.
-¿Qué te pasa? –Preguntó mi madre tocándome el brazo dulcemente.
-Tengo sueño. –Murmuré levantando la cabeza para mirarla. Era verdad, casi no había dormido esa noche.
Me levanté perezosamente y abrí la nevera para coger un zumo. Medio llené un vaso y me lo bebí mientras miraba las noticas de la televisión. ¿Por qué nunca había buenas? Dejé el vaso encima de la encimera y, sin ni siquiera ponerlo al lavavajillas, subí a mi habitación. Abrí mi maleta y la posé en el suelo. No había nada, pero dentro de poco estaría llena de nuevo, para ir con mi padre. Me arrodillé a un lado y empecé a meter mis cosas. Algunas las dejé en mi habitación, sabía que volvería dentro de tres meses, así que no me molesté en rellenar la maleta innecesariamente, podía dejarlo allí. Después de haberlo metido todo, volví a bajar las escaleras, pero esta vez con la maleta y la posé en la puerta.
-¿Ya la tienes? –Preguntó mi hermana.
-¿Es que estás ciega? –Dije alzando una ceja.
-No hay quien te aguante. –Masculló ella encaminándose a su habitación.
Suspiré largamente y desvié la mirada al sofá. No me lo pensé ni dos veces, caminé y me senté. Poco después, caí rendido al cansancio.
-Luke. –Me llamó alguien. Parpadeé y me percaté de que me había quedado dormido. Subí la mirada hasta cruzarme con los ojos de mi madre. Había alguien al lado. Amanda Wehood.
-¿Qué haces aquí? –Pregunté mirando a la mujer mientras me levantaba.
-Vas a tener una última sesión de psicología antes de irte.
-Ni de broma.
-Luke, necesitas…
-¡Estoy bien! –Le grité. -¿No os dais cuenta que haciéndome esto me lo recordáis aún más? ¡Estoy mejor sintiéndome como un imbécil, sin recordarlo!
-Luke, tranquilízate. –Susurró mi madre un poco asustada por mi reacción. Me sentía mal, pero necesitaba desahogarme después de tanto tiempo.
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A TODAS HORAS
RomantiekLuke Evans es un chico con una vida bastante facilitada, aunque con varios problemas. Su vida cambia totalmente cuando pierde Claire. Una pérdida. Una añoranza. Una mirada. Un deseo. Un milagro.