Anécdotas cortas.

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Cubrir todas las bases.

Oyeron a un chiquito que hablaba solo mientras caminaba en su patio, con la gorra de béisbol puesta y cargando con la pelota y el bate. 

—Soy el mejor jugador de béisbol del mundo— dijo con orgullo. Después arrojó la bola al aire, trató de golpearla y falló. 

Sin darse por vencido, recogió la pelota, la arrojó al aire y se dijo: 

—¡Soy el mejor jugador que ha habido hasta ahora! 

Volvió a balancear la pelota y nuevamente falló. Hizo un alto por un momento para examinar con atención el bate y la pelota. Luego, una vez más arrojó la bola al aire y dijo: 

—Soy el mejor jugador de béisbol que ha habido hasta ahora. 

Balanceó el bate con fuerza y nuevamente erró la pelota.

—¡Uauh! —exclamó—. ¡Qué lanzador!

Fuente desconocida

El regalo.

Bennef Cerf relata su conmovedora historia de un ómnibus que iba dando saltos por una ruta provincial en el Sur.

En un asiento, un anciano delgado sostenía un ramo de flores frescas. Al otro lado del pasillo, había una jovencita cuya mirada se fijaba una y otra vez en las flores que llevaba el hombre. Llegó el momento en que el anciano tenía que bajarse. Impulsivamente, arrojó las flores sobre la falda de la jovencita. 

—Veo que le gustan las flores —explicó—, y creo que a mi mujer le gustaría que las tuviera usted. Le diré que se las di. 

La chica aceptó las flores y luego observó que el anciano bajaba del ómnibus y atravesaba el portón de un pequeño cementerio.

Dos monjes.

Dos monjes en peregrinación llegaron a la orilla de un río. Allí, vieron a una joven vestida con mucha elegancia. Era evidente que no sabía qué hacer, ya que el río estaba crecido y no quería arruinar su ropa. Sin vacilar, uno de los monjes la cargó sobre su espalda, cruzó el río y la dejó en la orilla del otro lado.

Luego, ambos monjes continuaron su camino. Pero, después de una hora, el otro monje empezó a lamentarse. 

—Ciertamente, no está bien tocar a una mujer; tener un contacto cercano con mujeres va contra los mandamientos. ¿Cómo pudiste ir en contra de las reglas de los monjes?

El monje que había cargado a la joven siguió caminando en silencio, hasta que finalmente señaló: 

—Yo la dejé junto al río hace una hora, ¿tú todavía la traes contigo?

Irmgard Schloegl

Sachi.

Al poco tiempo de nacer su hermana, la pequeña Sachi empezó a pedirles a sus padres que la dejaran sola con el recién nacido. Éstos temían que, como ocurre con la mayoría de los chicos de cuatro años, se sintiera celosa y quisiera golpearlo o sacudirlo, de modo que dijeron que no. Pero ella no mostraba indicios de celos. Trataba al bebé con dulzura y sus ruegos para que la dejaran sola con él se volvieron más apremiantes. Decidieron permitírselo.

Regocijada, fue al cuarto del bebé y cerró la puerta de un golpe, pero rebotó y dejó abierta una rendija suficientemente grande como para que sus padres espiaran y escucharan. Vieron que la pequeña Sachi caminaba despacio hasta donde estaba su hermanita, acercaba su cara a la de ella y le decía bajito: «Bebé, dime cómo es Dios. Empiezo a olvidarme».

Dan Millman

De todo, para todos.Where stories live. Discover now