Mientras Carlos estaba formando para cobrar un cheque en el banco, le sobrevino un incontrolable acceso de hipo. Cuando por fin llegó a la ventanilla, el ataque parecía haber empeorado.
La cajera recibió el cheque e hizo las verificaciones de la cuenta bancaria en la computadora. Pasó un minuto; lo miró, frunciendo el ceño, y le explicó que era imposible cobrar el cheque.
—¿Por qué? —preguntó, él, incrédulo.
—Lo siento mucho, señor; pero la computadora indica que no tiene usted fondos suficientes para cubrir esa suma. Además —prosiguió—... también veo que su cuenta tiene un sobregiro por más de 5.000 dólares.
—¡Imposible! ¡Esto tiene que ser una broma!
—Lo es —respondió la cajera con una sonrisa, mientras contaba los billetes—. Pero verá que ya se le pasó el hipo.
—A.R.T.
Roberto, el encargado del mantenimiento del edificio donde viven unos amigos, realizaba muy bien todas las tareas que le correspondían, menos la limpieza.
En cierta ocasión, mi amiga lo reprendió porque una pared estaba sumamente sucia. Pasando su dedo sobre el muro, le dijo:
—Mire Roberto, bien podría escribir mi nombre en esta pared.
A lo que el hombre replicó con una mueca:
—¿No es maravilloso lo que hizo la educación por usted?
—H.G.K.
☺
La mano.
Un editorial de un día de Acción de Gracias en el diario contaba la historia de una maestra de escuela que le había pedido a sus alumnos de primer grado que dibujaran algo por lo cual estuvieran agradecidos. Pensó que esos chicos de vecindarios pobres en realidad no tenían demasiadas cosas que agradecer. Sabía que la mayoría de ellos dibujarían pollos al horno o mesas con comida. La maestra se quedó helada con el dibujo que le entregó Douglas... una simple mano dibujada en forma infantil.
Pero, ¿la mano de quién? La clase quedó cautivada por la imagen abstracta.
—Creo que debe ser la mano de Dios que nos trae comida —dijo un chico.
—Un granjero —dijo otro— porque cría pollos.
Por último, mientras los demás estaban trabajando, la maestra se inclinó sobre el banco de Douglas y le preguntó de quién era esa mano.
—Es su mano, señorita —farfulló.
Se acordó entonces de que muchas veces, a la hora del recreo, había llevado a Douglas, un niño delgaducho y desamparado, de la mano. Muchas veces lo hacía con los niños. Pero para Douglas significaba tanto. Tal vez había expresado el agradecimiento de todos, no por las cosas materiales que recibimos sino por la posibilidad, por pequeña que sea, de dar a los demás.
Fuente desconocida
Aprendemos haciendo.
No hace muchos años empecé a tocar el violoncelo. La mayoría de la gente diría que lo que estoy haciendo es «aprender a tocar» el violoncelo.
Pero estas palabras traen a nuestras mentes la extraña idea de que existen dos procesos distintos: (1) aprender a tocar el violoncelo; y (2) tocar el violoncelo.
Suponen que haré lo primero hasta completarlo y en ese punto dejaré el primer proceso para empezar el segundo. En suma, seguiré «aprendiendo a tocar» hasta que haya «aprendido a tocar» y después empezaré a tocar.
Por supuesto, esto es absurdo. No hay dos procesos sino uno. Aprendemos a hacer algo haciéndolo. No hay otra manera.
John Holt
![](https://img.wattpad.com/cover/107058855-288-k187198.jpg)
YOU ARE READING
De todo, para todos.
RandomUn poco de cada cosa que ya existe, y merece ser compartida.