En el filo de la navaja

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El cabello rosa fosforescente de la chica reflejaba la luz de sol distorsionándola de una manera muy peculiar, ella lo meneaba a los lados mientras sentada en la acera, esperaba con mucha calma la llegada de Camilo, quien se acercó sudoroso y bastante exaltado hasta donde ella se encontraba y siguió de largo sin dirigirle siquiera una mirada a la chica.


-Me gusta mi nuevo corte. – Le dijo despreocupada mientas se ponía de pie – Pero lo que más me gusta es el color. – Camilo avanzó a grandes pasos seguido de cerca por Fabiana. – Pero supongo que lo cambiare para el gran día. ¿Qué opinas? – El muchacho tardó un poco en responder.

- ¡¿Por qué mis padres no pueden entender?! – Gritó de pronto volteándose y golpeando la pared con el puño. Tenía los ojos humedecidos por la ira. - ¿Por qué demonios tienen que hacerlo todo tan difícil? – Fabiana se observaba en el reflejo del agua de un charco en la calle.

-Sera una sorpresa, amo ese color y si es un día especial, debe ser un color especial.

- ¡¿Qué acaso no te importa nada más que tu apariencia?! – Le reprochó Camilo.

-Me importa más que tus absurdas pataletas de niño consentido y tus banales problemas de típica familia de clase media alta. – Respondió con mucha calma antes de voltearse a verlo con una sonrisa que Camilo reconoció rápidamente: era su sonrisa de victoria. – ¿Qué no es eso lo que luchas por cambiar? ¿No es a personas como ellos a quienes quieres dar un mensaje?


Ella tenía razón, como tantas otras veces, tenía razón. Camilo secó las lágrimas de su rostro y siguió el reflejo rosa del cabello de Fabiana hasta la tienda de abarrotes, la misma donde se habían visto por primera vez y a donde asistían con frecuencia. Ella caminó entre las estanterías, se acercó al pasillo de productos de limpieza y se detuvo junto a las botellas de cloro.


-Quizás deberíamos llevar un par. – Sugirió.

-Sí, sería buena idea. – Concordó Camilo. – Por favor también toma dos de aquellas y trae una barra de jabón, nos será útil. También debemos pasar por la farmacia. – La chica no respondió.


Caminaron con los productos hasta la caja registradora, Camilo repasó el lugar con una rápida mirada para comprobar que la tienda estaba vacía, como solía estarlo los domingos por la tarde. Aquella consideración le hizo pensar en cuanto tiempo había pasado con Fabiana, en cómo había cambiado hasta el punto de humillar a su mejor amiga y por un momento se cuestionó su motivación para llevar a cabo sus planes.


- ¿Podría colocarlo todo en una bolsa de plástico, por favor? – Pidió amablemente al dependiente, que asintió y le sonrió mientras cumplía su petición. Miró a Fabiana que ya estaba fuera de la tienda y repasaba la calle con la mirada, posteriormente lo miró a los ojos y asintió con la cabeza. – Bien, ahora... – Camilo dudó un momento, pero reunió las fuerzas y con un movimiento ágil saco de su bolsillo una navaja y abriéndola con ligereza la colocó en la garganta del anciano caballero. – Quiero que coloqué en la bolsa el dinero de la caja registradora.

-Mu... Muchacho, por favor – Dijo el hombre visiblemente asustado. – Yo...

-Sí, sé que me ha visto varias veces por aquí, y esta será la última, así que meta el maldito dinero en la bolsa antes de que le corte el cuello y... – Camilo no sabía como terminar aquella frase, así que solo espero. – ¡YA! – Gritó al ver que el anciano no se movía. Tras el alarido de ira del muchacho, el hombre abrió la registradora con premura, tomo el dinero y lo guardo en la bolsa aún con la navaja de Camilo presionándole el cuello. – Ahora, yo... - No sabía que se suponía que debía decir o hacer. – Usted... quédese allí, tranquilo, y no pasara nada malo.

La Teoría del Caos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora