La chica

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Camilo estaba sentado en un banco de la plaza mientras veía pasar a las colegialas y demás transeúntes. Lamía una chupeta con despreocupación, imaginando ser uno de esos chicos rebeldes y descarriados que llegan tarde a casa y van de fiesta cada fin de semana, poder enfrentarse a sus superiores y armar rabietas frente a sus maestros. Mientras se hallaba inmerso en sus cavilaciones, una joven pelirroja de ojos café y el rostro repleto de pecas paso frente a él, y se concentró solo en observarla, detalle que ella no paso por alto y le dedico una mirada al tiempo que le ofrecía una sonrisa, sintió como se ruborizaba por ser descubierto viéndola, por lo que volteó en otra dirección sin responder el gesto. En definitiva, nunca podría ser uno de esos chicos que en secreto admiraba.

Recogió su mochila y se levantó, caminó con la cara a gachas evitando observar a quienes pasaban por su lado. Era un muchacho bastante tímido, que difícilmente podría decir que no, cuando alguien le pidiera hacer algo. Cursaba el último año de secundaria, estaba listo para asistir a la universidad y tenía todo preparado para ir a la mejor.

Se detuvo en una tienda de camino a casa, recorrió las estanterías con calma mientras observaba los abarrotes sabiendo que no compraría ninguno, pero ya era rutina hacerlo, eran sus propios tres minutos de rebeldía, nadie sabía que se detenía allí a diario, guardar el secreto le satisfacía lo suficiente como para volver a casa contento y no sentirse el total perdedor que sabía que era. Se detuvo en el pasillo de confites y considero llevar consigo una bolsa de frituras para el camino, una pequeña por supuesto, para que no le descubrieran en casa. El riesgo le parecía excitante, comer una golosina de las que su estricta madre prohibía por ser "nocivas en extremo", parecía atrevido ante sus ojos. Quizás, ese día en particular era el mejor momento para hacerlo, puesto que por fin su madre, después de conversar con el médico de la familia, había desistido en su esfuerzo de darle vitaminas a diario como lo hacía desde que era pequeño.

- ¿Te vas a quedar allí todo el día? ¿Te traigo una bolsa de dormir?

Sorprendido al no advertir la presencia de nadie más hasta ese momento se dio vuelta, solo para encontrarse con una chica de cuerpo esbelto, morena, senos firmes, sonrisa maliciosa y con ropa bastante provocativa, aunque definitivamente lo más llamativo en ella era su cabello, era castaño en su origen y naranja desde la mitad hasta la cintura. Sus ojos cafés parecieron excavar en la profundidad del alma de Camilo. La chica dio un paso para quedar solo a un palmo de distancia del rostro del muchacho, que casi se desvanecía en nervios ante la seguridad que manaba de aquella muchacha.

- Si no sabes cual llevar... - Extendió una mano que paso a un lado del rostro de Camilo. - Pues llévalas todas. - Dijo en un susurro y extendió la otra mano a la altura de la cintura del muchacho, que retrocedió un paso y dio contra el estante.
- Yo...
-Ya veo. - Le cortó ella. - Entonces es el dinero. - Sonrió de nuevo. - Tampoco es problema.

La muchacha retrocedió con una bolsa de papas fritas de diferente marca en cada mano y con un movimiento ágil tomó el suéter que sobresalía del bolso de Camilo, sin detener el desplazamiento de sus manos se lo colocó guardando las golosinas dentro de él y cerrando el cierre al frente. Su destreza asombró al muchacho, evidentemente no era la primera vez que hacia eso.

- Verás... - Empezó a decir al tiempo que caminaba. - Son matemáticas simples. - Camilo la siguió y la observó tomar un jugo de naranja de una nevera, destaparlo y empezar a beberlo. - Estas grandes compañías usan material de reciclaje y desecho para hacer esa basura adictiva que no les consume más de un par de billetes, luego los suben a un camión junto a otros cientos de estos dulces. - La chica alcanzo otro dulce y lo colocó en el bolsillo trasero de su short de blue jean y cubrió con el suéter, al tiempo que dejaba el envase del jugo en lugar de la golosina. - Entonces, nos envenenan con su droga que les cuesta unos cuantos cientos de miles, y ganan miles de millones. - Al llegar a la caja tomó un dulce de coco que Camilo sabía tenía mal sabor, pero eran económicos, colocó un par de monedas en el mostrador y sonrió al dependiente. - Si lo ves desde ese punto de vista... - Dijo destapando el dulce de coco. - Tomarlos sin tener dinero no es robo, es más bien...
- Un reembolso. - Terminó él, adivinando su razonamiento.
-Exacto. - Ella le observó aparentemente sorprendida. - Eres listo. ¿Quieres? - Le ofreció una bolsa de papas fritas.
- No, mi madre...
- Está bien. - Destapó la bolsa y comió una fritura. - Eres un buen cachorro. - Examinó el suéter. - Desgraciadamente tengo poca ropa, no podría guardar la otra bolsa, y aún no te conozco lo suficiente como para irme contigo o llevarte conmigo. - La muchacha se dio vuelta y antes de cruzar la calle añadió. - Te veo por aquí mañana, tal vez te devuelva tu suéter, cachorro.
- ¡Oye! ¿Cómo te llamas? - Gritó, pero no obtuvo respuesta.

Camilo solo pudo observar como la muchacha se alejaba cruzando la calle sin ninguna precaución, pero con una precisión milimétrica para no ser arrollada por ningún auto, aún cuando no se detuvo en ningún momento. No había dicho más de cuatro palabras, y aun así la conversación había sido la más placentera que había tenido en muchos meses. La chica se perdió entre las personas que caminaban por la acera contraria.

Durante todo el trayecto a casa solo pudo pensar en aquella sonrisa maquiavélica, pero... ¿Quién era ella? ¿De dónde venía? ¿Por qué nunca la había visto en la secundaria? No podía ser una universitaria, tenía más o menos la misma edad que él. Eran esas solo unas de las tantas preguntas que lo abordaban.

Algo tenía por seguro, quería volver a pasar algo de tiempo con ella, pero, ¿Por qué? Era una vulgar ladrona, porque eso era lo que había hecho, robar. Ladrona, si, aunque para él, tenía un encanto particular.

La Teoría del Caos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora