Sábado al anocher

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- ¿Entonces? – Preguntó Guillermo después de un rato de conducir en silencio. – ¿Todo bien?
-Si. – Respondió Camilo sin mucho interés en entablar una conversación.
-Carmen es muy bonita.
-No empecemos con ese tema.
-Hijo necesitas una novia, estas en la edad ideal, yo a los dieciséis años...
-Si papa, lo sé. – El silencio volvió al auto y reinó por un rato. – Si quieres déjame por acá. – Dijo por fin Camilo.
- ¿Seguro?
-Si, por favor. Quiero comprar... - Dudó. El muchacho sabía que su madre lo reprendería por comprar golosinas, pero su padre, aunque estricto, solía ser más flexible, al menos en ese aspecto, así que decidió ser honesto. – Papas fritas. – Dijo por fin. Guillermo detuvo el auto y Camilo bajo.
-Toma. – Dijo Guillermo introduciendo la mano en su pantalón. – Compra las más costosas, las más dañinas y las más llamativas... suelen ser las más deliciosas. – Agregó con una sonrisa extendiendo algunos billetes a su hijo que no dudo en aceptarlos. – Y que sea nuestro secreto. – Continuó mientras guiñaba un ojo. – Yo también estoy harto de la lechuga.

Camilo compartió una sonrisa complice con su padre, bajó del auto y avanzó unos pasos en dirección a la tienda. Al poco tiempo empezó a sentir la extraña sensación de ser observado, cuestión que lo disgusto por ser el tipo de chico que prefería pasar desapercibido, y usualmente lo lograba. Prefirió no darle importancia al asunto e ignorar su alrededor, agachar la cabeza y perderse entre los anaqueles, aunque la incomodidad lo siguió hasta el pasillo donde alcanzó una bolsa de galletas saladas.

-Dime que en serio no vas a llevar eso. – Dijo Fabiana justo detrás de él. La sorpresa causó un ligero sobresalto, pero se dominó a sí mismo y no volteó. – Mejor llevamos una bolsa de estas, y otra de estas otras, y... ¡Ah! Estas son perfectas y por supuestos galletas con crema de limón, infaltables. – Continuó ella sin mirarlo, cruzando a un lado del joven que dejó en la estanterias las galletas que había tomado antes. – Y por supuesto gaseosa. ¿De cola? – Ni siquiera lo observó, por lo que Camilo no respondió. – ¿Entonces de limón?
- ¿En serio quieres mi opinión? – Se atrevió a preguntar el muchacho, razón por la cual ella lo miro exasperada y soltando un suspiro de desaprobación que parecía más un reproche. – De...
-Muy tarde, me llevo una Pepsi. – Le interrumpió ella. Camilo sonrió, igual pensaba tomar esa opción.

Fabiana abrió la bolsa de galletas y empezó a comerlas entre un sorbo y otro de la bebida, llegó con el despachador, un anciano de edad avanzada, el dueño de la tienda, quien los sábados acostumbraba a atender su propio local. Colocó todo en el mostrador y el hombre rápidamente registro todos los productos mientras Fabiana disfrutaba de las golosinas y Camilo esperaba pacientemente.
-Son... - Empezó a decir el anciano sin mirar a ninguno directamente, luego de guardar todo en una bolsa de plástico.
-Él paga. – Le interrumpió ella tomando el paquete y enfilando hacia la salida de la tienda para tomar el camino de la izquierda. – Se nos hace tarde, apresúrate. – Insistió Fabiana a Camilo que se apuraba en contar los billetes y darse cuenta que la cuenta se había llevado todo su dinero salvo por algunas monedas.
- ¿Se nos hace tarde para qué? – Preguntó él dándole alcance a la muchacha.
-Ya verás. – Dijo ella avanzando despreocupada. Casi al llegar a la esquina se detuvo junto a una motocicleta Harley Davidson bastante lujosa, Camilo no podía creer que casi todos los días la viese en una distinta. – Te debo un abrigo, ¿no? – El muchacho asintió con la cabeza. – Bien, toma esta. – La chica retiró una chaqueta de cuero negra con broches metálicos y la lanzó a Camilo que la aceptó de buena gana, probablemente fuese robada, pero no le importaba.

Tras hacer una señal con la cabeza, Fabiana emprendió de nuevo el camino y dobló a su izquierda en la esquina, él muchacho esperaba que ella volviera y subieran a la motocicleta, pero no lo hizo, por lo cual casi debió correr para darle alcance aún con la chaqueta en sus manos. Llegaron a una parada de autobús y Fabiana se detuvo, parecía escrutar a fondo el horizonte al norte de la avenida en la que se encontraban. El ruido sordo de unas motocicletas resonó en la distancia, Camilo se desesperó al darse cuenta que, si el hombre de la moto se percató del robo, posiblemente querría darle una paliza al ladrón.

La Teoría del Caos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora