El llanto de sus pequeñas sobrinas y un hormigueo incesante que surgía desde sus pies y le recorría el cuerpo era el preludio de la pesadilla. Una mujer relata su experiencia luego de vivir en carne propia lo que, a su juicio, fue una posesión de un ser maligno.
Maritza Acosta es una mujer silenciosa, de figura pronunciada y hablar pausado. Cierra los ojos mientras rememora aquellos instantes de su juventud, en la que su cabello largo y ebanizado se contoneaba con una ingenuidad pueril que le invitaba a regalar a todos una hermosa sonrisa enmarcada en un par de mejillas rosadas. Su faz redonda y colorada emula a los rasgos más típicos de los oriundos de regiones andinas, aun cuando, desde su nacimiento, permanece en las sofocantes tierras cabimeras.
Así, mientras sus pensamientos se pasean entre algunos pasillos olvidados de su memoria, trae de súbito el que, a su juicio, es quizás el episodio más impresionante de su existencia, recuerdos que mantuvo acorazados y que datan de hace más de dos décadas en los que tuvo que protagonizar lo que ella misma define como una posesión.
Posesión de espíritus o fuerzas malignas, una premisa rechazada por muchos estratos sociales, pero que Maritza, hoy una mujer entregada a la religión, no puede negar, pues encarnó por largos períodos la agonía de una fuerza externa que le atormentaba y asumía el control de sus acciones. De esto han transcurrido más de 20 años, pero las vivencias de aquella triste época, difícilmente, logrará borrarlas de su memoria y de quienes junto a ella recorrieron la indeseable ruta.
"Cuando tenía un poco más de 20 años comencé a experimentar algunos cambios en mi conducta. Yo era alegre, me gustaba compartir, pero, de pronto, empecé a ver y escuchar cosas que me sembraron el miedo. Siempre veía un gato negro y, cuando aparecía, escuchaba ruidos, voces y sentía a alguien con una energía muy pesada presentarse".
Al principio, Maritza aludía estos eventos a su imaginación, pero tras una experiencia en su casa comprobaría que no se trataba simplemente de una jugarreta mental, sino de algo que iba más allá de su comprensión.
Relata que su primera posesión se dio una noche en la que compartía con su familia. "Nos gustaba reunirnos y tomar. Ya entrada la noche, me cuentan, porque yo no recuerdo nada, que me puse agresiva y mi hermano mayor pensó que estaba borracha. En un momento, me empezó a golpear porque ya no podía controlarme y, aparte de eso, también decía muchas groserías, maldecía y entre varias personas, no podían conmigo".
Escenas como esta continuaron repitiéndose. El llanto de sus pequeñas sobrinas y un hormigueo incesante que surgía desde sus pies y le recorría el cuerpo era el preludio de la pesadilla. Al principio, algunos familiares pensaron que se trataba de un mal psicológico, pero el aspecto que Maritza tomaba, que incluían el cambio de su tono de voz y el de la expresión de su rostro fueron los indicios de algo que no se asimilaba a ningún diagnóstico médico conocido.
"Empecé a asustarme mucho. Incluso, cuando esa "cosa" no estaba conmigo, el miedo me invadía. Una vez estaba el que era mi novio sentado en una silla y cuando le vi la cara la tenía como un monstruo, como un demonio".
Hasta la familia
Una lóbrega proximidad envolvía la casa de Maritza en los momentos de su posesión. Un extraño escalofrío anunciaba la llegada de la extraña presencia.
"Mi hija era una bebé, ella y su hermana rompían en llanto cuando sentían que 'la cosa' venía. Yo procuraba llevarlas a otro lugar, porque 'eso' siempre buscaba meterse a mi cuarto para ver a las niñas y no me gustaba. Maritza dejó de estudiar, hasta de comer, se separó de su novio, estaba muy deprimida", narró Carmen Barrios, una de sus cuñadas.
La situación obligó a sus familiares a acudir a personas que ejercían otras prácticas espirituales en busca de una solución. Buscaron a un conocido rezandero, pero se negó, sin razón aparente. Luego, tocaron la puerta de una espiritista que accedió y logró percibir, aún sin conocer a Maritza, que se trataba de una presencia maligna.
"Fue varias veces. La última vez fue con un banco (persona que colabora con quien realiza esas actividades) y se incorporó ella misma con el espíritu que molestaba a Maritza. Estaban dentro de la casa y Maritza afuera, luego ella se armó de valor y dijo que quería hablarle", continuó Carmen.
Y así fue, Maritza le habló, pero afirma que no fue el espiritismo quien le ayudó a salir de su calvario. "Cuando decidí hablar con el espíritu pedí que me trajeran la Biblia y me puse a leérsela. Se arrastraba y enrollaba como una culebra y me decía que me detuviera. No lo hice, y le ordené no agobiarme más. Esa fue la última vez que me molestó".
Así como vino se fue. La mujer, por tanto tiempo martirizada, pudo recuperar el camino de su vida que, desde entonces, vive intrínsecamente ligada a la religión que profesa. Aunque la presencia nunca más se posó sobre su cuerpo, admite que suele sentir energías pesadas a su alrededor, que combate recitando versículos bíblicos. Desde entonces, tampoco le gustan los gatos. Su posesión quedó como un mal recuerdo.
Posesiones y psiquiatría
En el campo de la Medicina, las posesiones no corresponden a un hecho espiritual, sino a un trastorno psiquiátrico definido como "trastorno de identidad disociativo", también conocido como trastorno de personalidades múltiples, caracterizado por la alternación en el control del comportamiento de una persona entre dos o más identidades o personalidades y en la que se producen episodios de amnesia. Estudios recientes publicados por la revista Culture, Medicine and Psyquiatry y que se efectuaron en Uganda, un país de creencias arraigadas y donde las "posesiones" son un factor común, se determinó que varias pacientes que afirmaban estar poseídas reflejaban era una respuesta ante eventos traumáticos del pasado, como la muerte de un familiar, accidentes o lesiones físicas graves.