4. Uno tras otro

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Ella

Una canción suena en mi cabeza, ella tararea, no se calla. Miro el precipicio, estoy en el borde de un edificio en cuclillas, abrazada a mis rodillas, observando hacia abajo. No quiero ver atrás, ya que hay como tres personas muertas ahí y me perturba de solo pensarlo.

La gente camina feliz allí abajo, por las veredas, mientras yo agonizo y nadie puede ayudarme. Una lágrima recorre mi mejilla y me la limpio, pero me sobresalto cuando veo que no es cristalina, sino roja. Por lo tanto, tropiezo hacia atrás, mi trasero se golpea con el frío piso y los nervios se apoderan de mí cuando estoy al lado de un cadáver.

El hombre se encuentra con los ojos abiertos, no tiene vida, ella lo ha matado, pero yo no me acostumbro, no quiero eso. Los nervios me atacan todo el tiempo. Primero por mis manos, luego todo mi cuerpo está entumecido. No deseo más sentir esta sensación.

No importa lo que piense, después de todo aquello fue mi culpa.

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Era el verano pasado, me encontraba con mi hermanito en la playa, ambos recogíamos piedritas que dejaba el mar. Cada color de estas era más bonito que el otro, entonces dijimos que queríamos hacer una competencia, ya que deseábamos más, así que nos alejamos bastante de nuestros padres.

Encontramos una cueva y mi hermano se asustó. Le dije que era un cobarde y me adentré sola a aquel lugar oscuro. Al principio no estaba nerviosa mientras seguía recogiendo las piedritas. Vi un manantial y me sorprendí, avancé hasta este, pero me detuve al ver un cartel un tanto extraño.

"No pasar".

Normal, como cualquier adolescente rebelde, no le hice caso a la advertencia y a las letras rojas, ni tampoco me había dado cuenta con qué estaban pintadas, hasta que llegué a la orilla del manantial.

El agua cristalina comenzó a cambiar de color. Al principio no presté mucha atención, acerqué mi mano a la piedra preciosa que me llamó mucho la atención, entonces de repente grité cuando unas garras salieron del agua, la cual ya estaba teñida de roja, tomó fuerte mi muñeca y seguí gritando.

―¡¡No, suéltame!! ―continué tironeando, aunque no me dejaba ir. Lloré y grité con todas mis fuerzas―. ¡Ah! ―Sentí que mi mano se dislocó y seguí con mis intentos fallidos―. ¡¡Auxilio!! ―chillé por ayuda, pero nadie me escuchaba.

Era definitivo, pensaba que iba a morir. No quería saber lo que había bajo aquel líquido que ahora era completamente rojo. Obviamente las letras del cartel fueron escritas con eso.

¿Pero por quién?

Levanté la vista y volví a gritar. En la parte superior de la cueva, había gente muerta y clavada a través de las rocas afiladas que sobresalían de allí.

Una de esas personas seguramente fue quién había advertido, pero yo como estúpida no atendí a su advertencia, a pesar de sus esfuerzos por ayudar a quién quisiera entrar aquí.

―Lo siento... lo siento tanto. ―lloriqueé―. No quiero morir.

"¿A cambio de qué?", oí en mi mente y me estremecí.

El agarre de esa cosa se aflojó y temblé, ella quería que le respondiera, lo presentí en un instante.

―Lo que quieras ―respondí nerviosa y me sobresalté cuando la escuché otra vez en mi mente.

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