9 de junio de 2013

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Querido diario:

Hoy he decidido empezar un diario. Sí, hoy me he levantado y, cuando estaba decidiendo qué camiseta poner, mis ojos recayeron en una libreta muy mona que me compré hace un par de semanas. Me senté encima de la cama y comencé con la típica frase de «querido diario». Luego me quedé como cinco minutos mirando al techo porque, a partir de ahí, ya no sabía qué más poner. ¿Debería escribir sobre la sarta de tonterías que se me pasan por la cabeza cada segundo? Es que, si lo pienso bien, no me suceden muchas cosas interesantes para que puedan quedar registradas por escrito. Y, después, están las cosas que me pasan (sucesos aleatorios que ponen mi vida patas arriba) que, en realidad, prefiero olvidar.

El caso es que, antes de nada, debería presentarme. Aunque yo a mí misma ya me conozco, nunca viene mal hacer un poco de introspección. Creo que debería haber empezado así desde el principio, pero da igual, empiezo ahora y ya está. Me he prometido que, ya que voy a hacer esto, debería ser sincera. Y eso incluye escribir todo lo que se me pasa por la cabeza. En fin, al grano. Me llamo Leoncia y soy terca y gorda.

¡Puf! No sabía que costaba tanto escribir las cosas que pienso.

Esos dos adjetivos me definen muy bien y, además, han marcado toda mi vida. Si empiezo con la primera frase, tendría que decir que odio mi nombre. ¿A quién se le ocurre poner a su hija el nombre de Leoncia? Lo sé, a nadie. Sin embargo, he terminado aceptándolo porque es el elegido por mi madre y, la verdad, nunca me ha gustado ningún otro nombre de niña. Así que si tuviera que cambiármelo, que se me ha pasado por la cabeza alguna vez, no sabría qué otro nombre elegir. De todas formas, siempre me han llamado Leo, así que no es tan horrible en la vida diaria, excepto en clase, porque oficialmente soy Leoncia.

En segundo lugar, soy una terca. Hecho del que soy consciente gracias a un «querido» profesor mío. Si tengo que ser sincera, yo creo que antes de ese momento ni sabía lo que era ser terca. Nunca me había considerado así y nunca lo habría considerado un problema, hasta que a ese profesor se le ocurrió llamarme terca en medio de la clase y Leoncia se acabó. Sí, mi terquedad a la hora de hablar de que mi cuerpo es mío y de nadie más en clase de religión no era bien recibida. A partir de ese momento, para todo el mundo era una terca y punto, no había más posibilidades. Además, parecía que esa palabra estaba de moda porque TODO el mundo comentaba con ese tono de no sé qué: «¡Es que eres muy terca!». Así se terminaban todas las conversaciones cuando mi opinión no coincidía con la de los demás. Y me lo sueltan así, de la nada. Y ahora, resuena solo en mi cabeza, sin ninguna ayuda: es que soy muy terca. Como si me tuviera que comportar como tal siempre. Y no estoy diciendo que no lo sea, es que yo no le veo tanto problema. ¿Qué pasa? ¿Lo que yo opino, pienso y defiendo no lo puedo decir hasta que me canse? ¿A pesar de que lo que está soltando la boquita del vecino es una tontería como la copa de un pino?

Quizá si me hubieran dejado tranquila, no habría llegado hasta aquí. O si yo no fuera tan terca, como todo el mundo dice. Pero da igual, aquí estoy, sigo siendo terca y no aprendo, aunque a veces (casi siempre) me odio a mí misma y me trae muchos problemas. Lo único que he hecho es sustituirlo por otra palabra que a mí me gusta más. Así, cuando alguien me suelta por enésima vez ese «es que eres muy terca», en mi cabeza sustituyo la palabra por persistente, que es lo que soy. Soy persistente. Y eso es lo que me ha traído hasta aquí.

Por último, soy gorda. No, lo estoy. Estoy gorda. ¡Ay, no sé! Que me confundo los verbos. En fin, soy una persona a la que le sobra grasa por todos los lados. Esto agravó mi terquedad o mi terquedad agravó mi gordura. No lo tengo claro. Cuando hace unos años, mi médica me recomendó que cuidase mi alimentación lo lógico habría sido hacerle caso. Sin embargo, yo empleé mi persistencia a fondo para informarle de que mi alimentación estaba perfectamente, que yo comía mucha verdura y eso, y que me sentía fenomenal. Ella no me llamó terca ni nada de eso (menos mal) me dio unas directrices que yo ignoré por completo. Aunque ahora, viéndolo con perspectiva, igual habría sido mejor que me llamase terca.

A veces recapacito. Desde luego, ahora cuido mi alimentación. No es perfecta, pero no como hamburguesas del Mc Donalds todos los días. Las combino con las del Burger King. No, en serio. La comida basura una vez cada mucho tiempo. (Estoy muy mal de la cabeza para estar haciendo bromas conmigo misma en mi diario). También hago ejercicio. Con moderación.

Esto todo es un gran paso. No siempre fue así. Así que puedo decir que progreso adecuadamente.

En fin, que la gente se queda con que soy terca y gorda. Da igual si soy simpática o antipática, generosa o egoísta, si estoy llena de bondad o reboso maldad por los poros. A la gente ya le da igual. Yo creo que lo tengo escrito en la cara. Bueno, lo de gorda ya sé cómo va. Creo que debo de ser una persona muy simple o a la gente no le sale lo de profundizar en mí.

Pero esto no siempre fue así tampoco. De pequeña no paraban de regalarme diarios, así que de aquellas la gente pensaba que tenía muchas cosas que decir... Pero por lo que a mí respecta lo de tener diarios no va conmigo, porque nunca tengo algo interesante que contar. ¿Y lo de reflexionar conmigo misma? Creo que así terminaré loca de verdad. De todas formas, después de varios intentos de diarios, aquí estoy, a ver si este funciona de verdad. Aquí descubriré mis secretos más oscuros, mis pensamientos más vergonzosos, esos momentos que recordaré de mayor, cuando me dé por recordar viejos tiempos, y me provocarán un síncope de vergüenza. Todo en estas líneas. Una verdadera arma mortal. 

Lo que realmente quiero creer es que puedo llegar a cambiar algo y mejorar las cosas, si de verdad cumplo con mi intención de ser sincera. Además, estoy convencida de que si llego a los sesenta años tendré ganas de saber lo que se me pasaba por la cabeza a los diecisiete y, ¿quién sabe? Igual puede ser de ayuda para mi descendencia. A mí me habría gustado leer el diario de mi madre o de mi padre a mi edad. Saber lo que pensaban y lo que vivían. Y saber si los errores de la vida, se heredan. 

Mi no tan querido diarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora