22 de junio de 2013

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Querido diario:

Cuando hace tres noches estaba golpeando la ventana de la habitación de Juan, tenía en mente lo que quería decir y me había imaginado más o menos lo que iba a pasar. ¡Las películas que nos montamos en la cabeza! Pero no quería salirme del guion, por eso lo había repasado mil veces en mi cabeza.

Juan se había removido en su cama pero, a pesar de los golpes en la ventana, no se levantaba. Tenía miedo de que sus padres me oyeran, pero golpeé un poco más fuerte. Al fin, Juan se incorporó, encendió la luz y miró a su alrededor. Empecé a hacer aspavientos para captar su atención. Vi que fruncía el ceño, lo que no me dio buena espina, y que se dirigía a la ventana. Prefería que su cara se iluminase de alegría y que saliese lanzado a abrirme la ventana, pero por lo menos no me dejaba allí plantada.

—¿Qué haces aquí? —me dijo una vez que abrió la ventana sin hacer ruido.

—Hola a ti también —le dije intentando mantener la calma y no ponerme de mal humor—, ¿puedo pasar?

—¿Para qué?

—¿De verdad? Tienes a una chica postrada en tu ventana pidiéndote que la dejes pasar a tu habitación ¿y esa es tu respuesta? ¿Te pasa esto muy a menudo y has puesto un examen de entrada?

—La última vez que hablamos me dijiste que me fuera a la mierda —me contestó manteniendo todavía ese ceño fruncido que tan nerviosa me ponía.

—La última vez que hablamos propiamente y no por mensajes, te dije que te quería —le dije, ahora que había llegado hasta aquí iba a entrar en esa habitación costase lo que costase.

Su cara se relajó y me marqué un tanto en mi cabeza. Me tendió la mano y me ayudó a subir por la ventana. Parecía más fácil cuando se lo veía hacer a él.

—De todas formas, hoy vengo como amiga —dije mientras intentaba recuperar la compostura.

Juan no me dejó, se acercó a mí y me dio un abrazo. Al principio estaba sorprendida. No me lo esperaba. De todas las veces que ensayé la escena en mi cabeza, no hubo ninguna en las que las cosas surgieran así. Bueno, igual en alguna escena medio peliculera y subidita de tono, sí, pero no según el guion que llevaba preparado.

Él me abrazó con más fuerza y yo, tras los primeros segundos de sorpresa, rodeé su cuello con mis brazos. Sentía que me abrazaba como si no me quisiese volver a soltar y yo quería transmitirle que me parecía bien, que no quería que me soltase.

Y luego...

Bueno, a ver... Es que no soy tonta, querido diario, imagínate la situación. Es que estoy enamorada de ese chico y, a veces, pues logras desconectar momentáneamente del mundo.

Después de unos segundos abrazados, nos empezamos a besar. Pero no eran los besos normalitos de antes, no, era como si estuviéramos sedientos el uno del otro. Supongo que hay veces que las palabras no llegan y, de ahí, surgen los besos. Quería decirle que lo echaba de menos, quería decirle que lo quería tanto, que solo los besos podían expresarlo.

Nos arrastramos hasta su cama. Él se sentó y apoyó la espalda contra la pared y yo me senté en su regazo. Era como si hubiera sido creado para mí y yo me sentía en casa. Apagué la luz y continué besándole, porque mientras le besaba, me podía olvidar de todo.

Con la tenue luz que entraba por la ventana de su habitación, podía observar su cara. Repasaba con mis ojos la sombra de sus ojos, su nariz perfecta, su boca redonda y muy apetecible, quería memorizar sus rasgos perfectamente en mi cabeza, solo por si acaso.

Mi no tan querido diarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora