13 de junio de 2013

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Querido diario:

He estado en shock durante un día entero. No sé qué me pasa... Yo no era así, o quizás sí y no me daba cuenta.

El caso es que Juan me contestó al email. Espera, debería empezar diciendo que ayer, domingo, le mandé por email mi parte del trabajo de historia. Ya lo tenía hecho desde el viernes a la tarde, pero no me atrevía ni a mandárselo ni a preguntarle si él ya tenía la suya. Estiré el tiempo esperando a que fuera él el que diera alguna señal de vida o algún interés por aprobar el trabajo. El domingo perdí la paciencia. Tenemos que ser profesionales. Nuestras vidas personales no deberían afectar a la nota de un trabajo. Es lo que hay. Así que me senté delante del ordenador, abrí un nuevo mensaje en mi correo y le adjunté el trabajo. Después de una hora intentando redactar un mensaje que acompañara al documento le escribí:

Te mando mi parte del trabajo.

Seis palabras, una hora. Tres páginas sobre la contribución política del presidente de EE UU que más duró en el cargo, una hora. Parece que tengo más conexión con un presidente muerto que con mi ex mejor amigo y novio vivo. Hay algo que no está bien en mi cabeza, yo creo que hay un cable que se ha desenchufado o algo.

Se ve que a él le sigue funcionando todo. Tenía un par de dudas con respecto a su cabeza, pero me ha demostrado que todo va bien al enviarme un mensaje decente a los quince minutos de haberle enviado el mío. El resto de su cuerpo funciona divinamente. Eso ya se lo había demostrado a todo el mundo el sábado por la noche.

Sí, parece que el domingo fue el día de Juan. A las 11.04 de la mañana recibo un mensaje de Irene.

Ya te vale, Leo. Lo que te has perdido ayer. Tocaron tu canción favorita.

Y como Irene es muy generosa no me manda un audio. Me manda un vídeo de mi grupo favorito cantando mi canción favorita. ¿Por qué no estaba allí? Bueno, no puedo con tantas malas noticias en un día. O quizá es mejor que lo olvides, futura yo. Seguro que habré conseguido ir a otro concierto en el futuro y no merece la pena pensar en este.

Por desgracia, soy muy observadora. Para lo que quiero, claro. ¡Ese vídeo! Y es que cada vez que pienso en él, se me hace una bola en el estómago. Irene grabó al grupo tocando en el escenario y después se grabó a sí misma cantando o diciendo una frase profunda sobre la vida, cualquier cosa es posible porque no se le entiende nada. Y detrás de ella estaba Juan. Bueno, si no te acuerdas, seguro que te lo puedes imaginar. Es que si lo pongo por escrito es como si se volviera más real y no quiero.

Buf.

Dios.

Se estaba besando con otra. No sé quién era ni lo quiero saber. Creo que Irene no se dio cuenta porque no me ha dicho nada. Ni yo se lo voy a decir.

A mí nunca me ha besado así...

Hale, ya lo he dicho. Ya está.

Esto solo funciona si soy sincera y quiero ponerme bien. No puedo omitir cosas porque no me gusten, total, son reales, ya han pasado.

Así están las cosas.

Un par de horas después le mandé el email con mi parte del trabajo.

Hola Leo:

¡Buen trabajo! Te mando mi parte también. Si te parece bien se lo puedo enviar al de historia esta noche. Ya me dices.

¡Disfruta de lo que queda de finde!

P.D. Esto de no dirigirnos la palabra ya está superando lo ridículo.

He decidido imprimir el mensaje y pegarlo aquí para que quede para la prosperidad. Ya sé que está en internet y siempre va a estar ahí, pero quería tocarlo. Creo que no le damos valor a las cosas tangibles como se merecen, como los libros, los cuadros o las entradas de cine. A veces es necesario tocar las cosas para, de verdad, conseguir absorber su significado. ¿Hola Leo? ¿Buen trabajo? ¿Disfruta del finde? ¿Un post data? ¿Quién ha escrito ese email?

Añado el que le envié, también para la prosperidad:

Gracias, envíaselo cuando quieras.

P.D. Vete a la mierda.

Hasta ahora tenemos claro que soy gorda, terca y egocéntrica. Podemos añadirle idiota. Pero te aseguro que tardé menos de treinta segundos en escribir ese email.

Eres idiota, ¿verdad?

¿Ves? Te lo he dicho. Le doy mi aprobación y lo añado a la lista.

Ya sabes que sí. Tengo que recordarte que la ridiculez de no hablarnos la empezaste tú. Yo no te hablo porque tú no me hablas.

Este me ha costado más de treinta segundos.

Estás equivocada.

No, no lo estoy.

Sigues siendo igual de terca.

Y ese es, como ya sabes, el fin de toda conversación.

Mi no tan querido diarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora